Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Su propio afán
Mi hijo es tan conservador que cuando cambiamos un mueble de sitio se lleva un berrinche y lo tenemos que hacer de noche y en silencio, como si fuese el cinco de enero. “¡Si ha estado ahí toda la vida!”, clama desde sus doce años en cuanto nos descubre. Hubo que cortar un árbol que se iba a caer sobre la casa cuando estaba en el colegio, para que no se amarrase al tronco. Ya se sabe que no hay conservacionista más natural que el conservador auténtico. Ahora no me atrevo a decirle que los coreanos han renunciado a su sistema tradicional de contar los años.
Yo no conocía hasta ahora el sistema coreano, que ahora coreo –se canta lo que se pierde– a pleno pulmón. Qué maravilla… era. Contaban los años desde el comienzo, esto es, desde la fecundación. Un amable recordatorio para los que se creen que la defensa de la vida desde la concepción es una cosa de católicos, y no puramente bio-lógica y gen-ética. Todos los niños coreanos nacían con un año de vida, alargando un poco los nueve meses de rigor, para amarrar. Objetivamente, era un conteo muchísimo más científico. Yo ahora tendría un año más, que es poco para lo mayor que me siento.
Para no pecar de maniáticos de la exactitud, los coreanos tenían una segunda ley tradicional, que también es o era maravillosa. Todo quisque cumplía años el 1 de enero. De modo que un inocente nacido el 28 de diciembre sería un bebé de dos tacos de edad con cuatro días occidentales de existencia.
Esto tenía una ventaja añadida: relativizaba las fiestas de cumpleaños, para gran tranquilidad de los padres coreanos. Con mucha suerte, serviría además para recuperar la celebración de los santos, que es mucho más bonita, al menos para mi gusto. A fin de cuentas, el día en que uno nace es una lotería, mientras que el nombre te lo han escogido tus padres con enorme cuidado, respetando quizá una tradición familiar y, a veces, también con devoción al santo titular.
La gran ventaja coreana, no obstante, es que con el rollo trilero de dónde está la bolita, dónde, de tus años, le quitaban mucha importancia a esto de la edad. Y es que no la tiene. Lo decía Mario Quintana: “Edades sólo hay dos: o se está vivo o se está muerto. Y en el segundo caso, tampoco importa, porque nos ha sido prometida la inmortalidad”. Ahora el sistema coreano tradicional está muerto, pero tampoco importa porque seguiremos admirándolo y aplaudiéndolo cada vez que tengamos una mínima ocasión.
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