Carlos Suan

Crisis: la urgencia de lo concreto

La tribuna

04 de noviembre 2008 - 01:00

NO hay escapatoria. Lo concreto nos preocupa en cuanto descompone la figura perfecta que habíamos concebido en teoría, antes de sufrir el impacto de aquel. Este se identifica con lo real, con lo perceptible, con lo determinado, con lo singular. La más bella teoría no queda indemne frente al hecho concreto. Pues bien, no cabe duda de que la situación económica actual -quiebra del sistema financiero, con desaparición de una especial forma de practicar la actividad bancaria, que repercute en la economía real a través del paro- es algo concreto, perceptible y real. Y ocurre preguntar ¿qué hacer?

Neoliberales y socialdemócratas exponen complejas teorías acerca de lo que está pasando. Dicen unos que la caída del Muro de Berlín supuso la desaparición del socialismo; dicen otros que el verano del 2007 implica la clausura del liberalismo. Ambos reclaman para sí la racionalidad, tratando de acampar al margen de lo emotivo. Sin embargo, nunca han existido formas puras de liberalismo o de socialismo. Un sistema económico concreto nunca es puramente liberal o socialista. Esa pureza es la que desearía un doctrinario dedicado más a la contemplación de las ideas que a observar lo que ocurre.

Con frecuencia, surge una distancia insalvable entre la retórica de la alta teoría y la realidad concreta, en función de la política económica. La verdad suele ser hija del tiempo y se fatiga con excesos de prueba. Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial pertenecieron a la socialdemocracia bajo el reinado de Keynes. La crisis económica iniciada en 1973 supuso un cambio de paradigma, representado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher y económicamente orientado por la Universidad de Chicago. Los tiempos de Keynes y Galbrait son sustituidos por la llamada Era Friedman.

Pero lo concreto pone a prueba las teorías y la forma de argumentarlas. Descendamos a los comportamientos. Estos no son tan racionales como determinadas teorías pretenden. Las expectativas cambian la forma en que percibimos nuestras experiencias; éstas no se reducen a blanco o negro, en modo alguno son binarias. La racionalidad no siempre está presente en nuestras decisiones. En todos existe un fondo primario que, en ocasiones, aflora.

Los mercados no lo saben todo, y menos el Estado. En la década de los 70 se elogiaban las virtudes de la economía de mercado. Recuérdese la obra de Henry Lepage Mañana, el capitalismo, desmitificando al Estado Providencia. Hoy, brillantes emprendedores reclaman intervenciones públicas puntuales.

Hay que mirar y ver. Ciertos liberales ignoran que los grandes economistas clásicos, en cuanto pragmáticos y, por tanto, flexibles, en modo alguno fueron contrarios a concretas intervenciones. Porque lo peligroso no es ser relativista, sino carecer de principios conforme a los cuales acertar con la solución al caso contemplado. Es una caricatura concebir a los economistas clásicos como fanáticos defensores del laissez-faire. Estos, si bien supieron apreciar las virtudes del mercado, tuvieron perfectamente claro que sólo podría operar en un marco con restricciones. Como ha sido dicho, los clásicos no confiaban en que el orden natural fuese perfecto y, en última instancia, su test de la deseabilidad de una intervención era la conveniencia o utilidad de la misma. No parece que estuvieran muy convencidos de que, sirviendo al interés particular, se concurriese al interés común, incluso sin proponérselo. Los moralistas escoceses del Siglo XVIII sabían perfectamente, en cuanto contemplaban al hombre tal como era, que para conciliar intereses se requiere el artificio de las instituciones.

El buen funcionamiento del sistema económico se apoya en la libertad bajo la ley. Las instituciones son las reglas del juego desarrolladas por los hombres para regular sus relaciones políticas y económicas, pudiendo ser formales (constituidas por normas y organizaciones) e informales (como el grado de cumplimiento de las normas y los valores y códigos de conducta que condicionan la aplicación e interpretación de las normas y que configuran, más allá del contenido de las mismas, lo que es permisible o no en las relaciones humanas). Lo importante es percibir cómo las instituciones condicionan el funcionamiento de la economía.

De lo expuesto se deriva, sin violencia alguna que, con independencia de teorías liberales o socialdemócratas, ante la concreta situación de crisis que padecemos, es correcto adoptar puntuales intervenciones que únicamente se justifican por la utilidad que proporcionan a todos, que no sólo a algunos. Siempre van a convivir la mano invisible del mercado con la mano visible estatal. Ambas tienen que conllevarse.

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