Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
de todo un poco
MI hija de tres años me pregunta a quemarropa: "Papá, ¿culo es gracioso?", y siento que estoy ante una grave encrucijada. Todo cuidado es poco. En principio, desde luego, no, no es gracioso, en absoluto. Sin embargo, si mi hija, cuando algún compañerito de clase suelte la palabra culo y otros se partan el bazo, si entonces ella pone, por mi culpa, cara de incomprensión y desdén, puedo estar haciéndola una rara. Lo sé por experiencia.
De modo que he de sacar el bisturí de las explicaciones milimétricas. "Hay gente a la que hacer o decir lo inconveniente les parece liberalizador y mondante. Es lógico: no han entendido las razones de las buenas maneras, ni les ven su gracia, no las han interiorizado y, por tanto, las sienten como castrantes. Decir culo es la rebeldía que ellos conocen y alcanzan. Es un humor de niños, pero abundan los mayores que están en las mismas, y hacen pintadorras obscenas o no saludan al Príncipe o te pegan un babetazo o sueltan un embuste y ven increíble (será por algo) que les creas o flipan directamente con el estilo (¡oh, tan espontáneo!) de Pérez Reverte… Si se puede, y se puede casi siempre, hay que ofrecerles una sonrisa evanescente, traslúcida, evasiva, a lo gato de Cheshire, sin tomárselo a pecho, porque para ellos, querida hija, eso es lo gracioso y ya no tiene remedio".
Sé que es una explicación compleja para una niña de preescolar, pero el humor es un idioma y cuanto antes se empiece, más bilingüismo y mejor acento. Compensa por la diversión constante; y también porque nada nos une o nos separa tanto del mundo y de los demás como un sentido del humor u otro. Cuando la gente conoce a mi mujer suele preguntarse cómo conseguiría yo casarme con ella; y sólo hay una explicación: nos reímos y no nos reímos por las mismas cosas. Ella puede decir de mí lo que Millôr Fernandes de sí: "No seré un gran humorista, pero tengo la certeza de ser un constante motivo de risa". Imagino, en cambio, a un yerno que hallase divertidísimo lo del "culo" o lo de Évole, y me entran serios sudores fríos. ¿Entienden ahora por qué tanta pedagogía?
Realmente, que mi hija me haga su pregunta es una magnífica señal, si me perdonan el orgullo y el optimismo. Aun así, un poco de entrenamiento nos vendrá bien a todos y no hay mejor campo de pruebas que el Carnaval. Es el muestrario entero de los sentidos del humor. Practiquemos, y contrastemos bien el nuestro.
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