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Una celebración sospechosa
Por fin el Vaticano ha ordenado a la Conferencia Episcopal española, después de tantísimo tiempo, que investigue los casos de pederastia en los colegios de nuestro país. Un amplio informe ha sido entregado al Papa; entre los cientos de casos, está el mío. Fui represaliado por los Jesuitas, junto a dos hermanos y unos amigos, por denunciar abusos a los pequeños del colegio. Una ignominia que fue amparada por la cúpula de los Jesuitas y, hasta ahora, por los obispos.
Es repugnante que sacerdotes católicos cometieran abusos sexuales contra niños a quienes los padres les habían encomendado su educación cristiana.
Mis padres, católicos practicantes, decidieron enviar a su numerosa prole al colegio de los curas. En la época del nacionalcatolicismo, nos educaron a golpe de misas y rosarios diarios y de una férrea disciplina, que incluía castigos físicos y una violencia psicológica que a veces rayaba el sadismo. Pero lo peor era la impunidad con que algunos jesuitas abusaban sexualmente de los alumnos. Yo no los sufrí, ellos escogían a sus víctimas entre los niños con carácter débil y problemas afectivos, necesitados de un amparo ‘paternal’. Sí sufrí las confesiones de algún cura pervertido.
Todos sabíamos lo que pasaba. Algunos compañeros nos lo contaban con tanta vergüenza que nos hacían jurar que jamás se lo diríamos a nadie. Sus padres ni se podían imaginar el calvario por el que pasaban sus hijos.
Ya más mayores, cursábamos Preu, unos alumnos que teníamos hermanos menores en situación vulnerable, decidimos organizar una campaña de denuncia. Repartíamos a escondidas panfletos escritos a máquina denunciando a los curas abusadores y pidiendo a los niños que se negaran a ir a sus despachos, y aprovechábamos los recreos para hacer pintadas en las pizarras de las aulas con los nombres de los pederastas. Nunca nos identificaron, pero el director de la época, en vez de investigar las denuncias, nos expulsó del colegio a los sospechosos, y organizó una miserable campaña difamatoria acusándonos de maleantes y traficantes de droga.
Los sacerdotes denunciados siguieron sin problemas rodeados de niños. Yo dejé de ir a misa, y nunca más me confesé.
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