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ES un incordio que por exigencias del guión -de la maquetación- las columnas hayan de tener la misma extensión siempre. Para analizar las maniobras inmóviles de Rajoy y la resistencia pétrea de Sánchez uno necesitaría un tomo del Espasa y para describir a la dama de noche y su perfume infinito bastarían dos líneas y media. Su intensidad exige concentración y brevedad. Como se la huele bien es de paso, dejando que su olor salga a nuestro encuentro, se cruce con nosotros, se enrede alrededor un segundo con una voluta de la brisa de la noche de verano y se vaya, casi repicando sobre sus tacones, disolviéndose en la sombra.
"Dama de noche" es un nombre, pues, perfecto. Por el señorío distante que impone y por su misterio sugerente. Le pasa como a esas señoras, la mía, por no ir más lejos, que, de pronto, bajan arregladas para una cena y te deslumbran, y llevabas veinte años a su lado, ciego. La dama de noche durante el día es una planta más, casi invisible, que guarda celosamente su perfume para lo oscuro y las estrellas. Espero que las feministas no le pongan la proa a ese nombre romántico y novelesco ni nos impongan un lenguaje de género que corrija la feminidad latente y aristocratizante de su denominación popular.
Lo novelesco suyo es tan dramático que redunda en poético, porque, como digo, la dama de noche se disfruta de verdad de paso y por sorpresa, como un voyeur olfativo. El poema A una transeúnte de Baudelaire le viene que ni pintado: "Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina/ una dama pasó, que con gesto fastuoso/ recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,// agilísima y noble. […] Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza. […] ¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?/ ¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca! Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,/ tú a quien hubiese amado. ¡Oh tú, que lo supiste!"
Una prima de fuera de mi madre no conocía la dama de noche. De visita aquí, cayó en una cena al lado de una y, mareada, decretó: "Huele tan bien que apesta". Es lo que tienen los excesos y no guardar las formas. La dama de noche, si nadie se equivoca y la coloca donde no se debe, mantiene las distancias y juega con la discreción. Como tantas otras damas, mi mujer sin ir más lejos, pasa del ajetreo cotidiano al esplendor estético en cuestión de segundos y volverá a apartarse y a reaparecer con apasionado esplendor, oh, dama de noche.
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