Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
DE POCO UN TODO
CASI turba tanto interés del Gobierno por que tengamos una vida sexual vibrante, sobre todo los más jóvenes. En sus desvelos, después de recomendar rollos sin bombo, molones mogollón, raca-raca y tralará, se dispone a dispensar en las farmacias, sin receta médica y a menores de edad, la pastilla del día después. Toma.
Habrá quien vea en tanto sexo, píldoras & rock & roll (& hip hop) una maniobra de fino maquiavelismo político. Que no paremos, para que no nos paremos a pensar en el paro. Ni en el desmoronamiento del sistema educativo, del sistema financiero, del sistema de las pensiones, del sistema autonómico… Pero me cuesta creer en conjuras y además, para que no pensemos, ya está la tele, el profiláctico catódico del análisis crítico.
En realidad, el Gobierno y la progresía en general siguen su inercia. La píldora está en el origen de sus concepciones ideológicas. El 68 no cambió las estructuras económicas ni los mecanismos del poder. Lo único revolucionario fue la liberación sexual; y, sin embargo, aquello, de lo que tan satisfechos están, abrió la caja de Pandora del viento que nos arrastra. Para evitar embarazos se acudió al condón, que, a pesar de la indiscutible fama de la que goza, no funciona del todo, según se ve. Se recurrió a la píldora, que tampoco fue definitiva. Y luego al aborto, que se ha ido convirtiendo en un método anticonceptivo más, para lo que se saca a la carrera la nueva ley. Pero como la cifra de abortos es escandalosa, y lo será aún más, el Gobierno se agarra ahora a la pastilla poscoital, cuyas víctimas no se contabilizan, para salvar la cara.
Sólo esta precipitación encadenada (legislad, legislad, malditos) puede explicar tanto disparate. Tras permitir abortar sin permiso paterno a niñas de 16 años, se van a dispensar sin control médico y también a menores, unas pastillas que, aunque muy al principio, son abortivas, y que naturalmente tienen efectos adversos muy frecuentes. Pasma, por otra parte, que la más alta autoridad sanitaria de España haga un alegato a favor de la automedicación.
Todo, antes que atreverse con el tabú. Jamás aconsejarán a las niñas y a los niños que disfruten de su infancia y de su adolescencia sin precipitarse al sexo, que ya tendrán tiempo, si quieren. La presión tácita que el poder ejerce sobre ellos, combinada con otras, es tremenda. Estas medidas gubernamentales asumen que lo más normal (normal de norma legislativa, nada menos) es la iniciación sexual tempranísima. ¿Y las consecuencias? Ya haremos, se nos dice, lo que sea -literalmente, lo que sea- para solucionarlo. Vosotros, danzad, danzad, malditos.
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