La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Su propio afán
Como en una final de Champions que en el último minuto cambia el cabezazo de un defensa, el final de Juego de tronos lo decidió un dragón (el que quedaba). Veníamos comentando con creciente entusiasmo ultramontano que el verdadero conflicto se entablaba entre los cánones clásicos de la épica y los giros gores de la teleserie, entre el justo medio de la ley y el orden y los extremos del caos y el autoritarismo y hasta entre el Trono y el Altar y la demagogia desparramada. Lo que no imaginábamos es que el voto de calidad lo iba a tener un animal irracional.
Les pongo en situación, y aviso destripes. El dragón está rabioso con Jon Nieve, tiranicida a su pesar. Podría y tendría que haber arrojado su fuego destructor contra el héroe, que lo espera. Jon, como Targaryen auténtico, hubiese emergido de esa ordalía purificado e ignífugo y, por tanto, indiscutible rey. Era el final legitimista por excelencia. Sin embargo, el dragón, en el último instante, desvía unos centímetros su llamarada y la toma con el trono de hierro, que funde. Simbólicamente funciona: destroza el Trono. Y el Altar termina fundiéndose también, pues el único personaje religioso o profético que quedaba deja su autoridad moral y se apunta al mando directo, aunque su trono ya sea (nuevo símbolo) una silla de ruedas.
Mi final era el otro. Quizá éste era irremediable para que Jon no se convirtiese en un Aragorn 2.0, pero ha quedado edulcorado como si todo hubiese sido un procés en el norte sin juez Marchena; se ha desentendido de personajes vitales, como la mortífera Arya; y se ha disuelto sin tensión, rozando la autoparodia. Cosas que pasan cuando se renuncia a la legitimidad.
No me quejo: empecé a perder batallas con la caída de Constantinopla y me he hecho el cuerpo. Me basta con el consuelo intelectual de que la serie más postmoderna haya tenido que vérselas con el providencialismo, la ética como base del poder, el tiranicidio, los riesgos de la demagogia y el vértigo letal de las utopías. Fue emocionante mientras duró. No hay que extrañarse tampoco de que el dragón escogiese esto. ¡Si hubiese podido elegir un san Jorge…!
Perdiendo o ganando, ya sabemos que, para que haya grandes relatos, requerimos verdad, bondad y belleza que se enfrenten al relativismo, al mal y al nihilismo, y amor, nobles estirpes, sacrificio, honor, memoria, espíritu de entrega y grandes ideales. Sin eso, todo es insustancial.
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