Con la venia
Fernando Santiago
Pelotas y chivatos
Su propio afán
HOY se celebra el Día internacional del Síndrome de Down. Toda concienciación de su absoluta valía como personas y por su inclusión social -aunque se ha avanzado muchísimo- es poca. Bienvenido sea este día, pues. Tanto, que no quisiera enturbiarlo señalando la hipocresía que se enternece (con razón) ante tantas historias de dignidad y esfuerzo, pero que se desentiende, con cerrazón, del aborto eugenésico, que se ceba en los niños con síndrome de Down.
Esta incoherencia no es privativa de aquí ni afecta sólo al síndrome de Down. En nuestras antípodas se han superpuesto en el tiempo dos historias contrapuestas. Primero, la buena. Australia entera se ha conmovido con Emmanuel Kelly, que ha concursado en un reality musical. Les invito a ver el vídeo en YouTube sin que se les salten las lágrimas, a ver si pueden. Son unas lágrimas felices, no se preocupen. El muchacho fue adoptado en Irak por Moira Kelly, junto a su hermano Ahmed. Ambos conservan las huellas de la guerra química y sufren de muy serias malformaciones en brazos y piernas.
A la vez, en la misma Australia, han abortado un feto de siete meses. A esa edad podría haber sobrevivido fuera del vientre materno. El motivo o móvil fue una ectrodactilia, que es una enfermedad genética que produce defectos en las extremidades. En este caso, la malformación estaba en la mano izquierda, era perfectamente operable y no ponía en riesgo la vida de la madre, y ya está. El país que se estremece de admiración con un chico con graves malformaciones y lo aplaude a rabiar, permite el aborto legal de otro con muchas menos.
Pero la incoherencia no está sólo en nuestras antípodas. La tenemos en casa. Qué difícil, por fortuna, no quedar, en la presencia de personas con síndrome de Down, emocionado, edificado y mejorado ante su actitud, su bondad, su mérito… Luego, como sociedad, apoyamos que la ley ampare su eliminación prácticamente sistemática. Las cifras estadísticas son espeluznantes.
No quiero, sin embargo, obligar a nadie a aclarar su postura. Mejor mantengamos la incoherencia. El aborto parece sagrado y, puestos en la tesitura, no sé qué elegirían bastantes de mis compatriotas. Ahora, al menos, a todos nos redime la solidaridad con las personas con síndrome de Down vivas. Y éstas, además de sus existencias valiosísimas, tienen otra misión. Con su sonrisa invencible defienden mucho mejor que nadie a los que están por nacer.
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