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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Su propio afán
Más irritante debe de ser que la realidad te estropee un buen titular, sí, pero también fastidia que se cargue tu columna. Desde el Día de la Mujer y, luego, el Día del Padre, tenía pensado un artículo de una simetría cruzada perfecta. Consistía en hacer notar al lector que, mientras que se celebra el Día de la Mujer, pero no el del Hombre, cada vez gana más importancia el del Padre y decae el de la Madre. A partir de ahí, cargando la suerte, habría destacado que el Día de la Mujer resulta menos celebratorio que reivindicativo y que pierde por el camino la mitad (lo menos) de la alegría, porque hijos de una madre somos todos, mientras que mujer la mitad, y la otra mitad asiste a la jornada con la mosca de la mala conciencia detrás de la oreja. Y la participación de los niños resulta muy difuminada. La columna hubiese quedado bien.
Pero la realidad me la tira por tierra. Por más que nuestros índices demográficos caigan en picado, el Día de la Madre goza de excelente salud, en buena medida por el marketing, también por los colegios y, más que nada, por las madres, que se lo merecen. Columna aparte, me alegro mucho, aunque yo pierda en simetría. Qué le vamos a hacer: aquí vengo a comentar la realidad, no a moldeármela ni a decir como la cínica Lady Susan de Jane Austen: "Facts are such a horrid things!", esto es, "Qué cosa más horrible son los hechos".
No hay que refunfuñar y, si se celebran muchos días, bienvenidos sean: el de la Mujer, el de la Madre, su cumpleaños, su santo, el de Reyes y hasta la fiesta nacional. Demasiado poco se celebra todo, más bien. En vez de cumpleaños, deberíamos celebrar el cumpledías, porque estar vivo es una fiesta y cada minuto cuenta.
Lo que me recuerda a mi abuela, que ya no está aquí. Se negaba en redondo a felicitar por sus cumpleaños a sus hijos. Exigía que la felicitasen a ella, que los tuvo. Nos parecía muy bien, pero sin darle más trascendencia. Hoy, sin embargo, me emociona, porque ya tampoco tengo a mi madre, pero, de alguna manera, siguiendo a mi abuela y su sistema de espejos (que, como supo el Dante, multiplican la luz sin menoscabo) quizá en el Día de la Madre haya que felicitar, sobre todo, a los hijos. El día que nacimos la tuvimos de madre: la hicimos madre. Mientras vivamos los hijos, el Día de la Madre tiene que ser a la fuerza una fiesta y una felicitación infinita, porque madre no hay más que una y para siempre.
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