El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
CON el ruido y la furia de la nueva política, se nos va a escapar sin analizar la vieja cuestión de la educación diferenciada, que presenta novedades. El Tribunal Constitucional ha avalado la legalidad de las subvenciones y los conciertos a los colegios que optan por educar sólo a niños o sólo a niñas, contra lo defendido (o atacado) por la Junta de Andalucía, empeñada en lo contrario desde 1999. Vamos camino de la guerra de los Treinta Años.
La sentencia del TC no puede sorprendernos. La educación diferenciada es una opción normal de la enseñanza pública y privada en varios de los países más democráticos e igualitarios del mundo, como Estados Unidos, Inglaterra o Canadá. Hay estudios pedagógicos que exponen las ventajas que aporta, tanto para las chicas como para los chicos, ventajas distintas para unos y para otros, pero contantes y sonantes. Y, por último, si realmente fuese una enseñanza discriminatoria no bastaría con cerrarle el grifo, sino que habría que cerrarla. En nuestro ordenamiento no cabe la discriminación, tampoco en el ámbito privado.
Me sorprende, en cambio, el empecinamiento del gobierno andaluz. Partamos de la presunción de bondad y pensemos que hubiese creído de buena fe que la educación diferenciada discrimina. Entonces, hizo bien en plantarle cara. Pero ahora que el Tribunal Constitucional dictamina que, nos guste más o menos, no discrimina, habría que zanjar el asunto. No, ni pensarlo. La consejera de Educación, Adelaida de la Calle, pone sus esperanzas en que una nueva ley de educación (otra más, ea, y vámonos que nos vamos) derogue sin deferencias la cobertura que la LOMCE da a la diferenciada. La esperanza de la consejera es, por tanto, que venga una ley a limitar lo que el Constitucional reconoce como un derecho y un ámbito de libertad de los padres.
Es la verdad desnuda: quieren cercenar esa libertad. Porque ningún niño va a esos colegios forzado. Todos podrían escolarizarse en colegios mixtos, pero los padres eligen unos diferenciados. Ni los derechos humanos ni el sentido común ni la pedagogía establecen que una opción sea mejor que la otra ni más injusta. No hay ninguna prueba de que los alumnos de esos colegios sean más machistas o más retrógrados ni peor formados. Pero a los que se le llena la boca hablando de libertad, no les gustan (y están en su derecho) y están dispuestos a prohibirlos o asfixiarlos (y no están en su derecho).
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