Enrique / García-Máiquez

Domingo de Resurrección

Su propio afán

27 de marzo 2016 - 01:00

LO más sorprendente del libro Miguel Espinosa, mi padre, de Juan Espinosa, es que la mayor parte de sus ideas y anécdotas son del hijo, del autor; y, sin embargo, no deja de percibirse como el culmen de la obra del padre. Una prueba implícita, pero apabullante, de que un hijo es lo más grande que nadie, por muy novelista de culto que haya sido, puede dejar al mundo.

Toda ocasión es buena para recomendar este libro, pero hoy más, pues la resurrección es uno de los temas claves de ese conjunto heterogéneo de recuerdos y reflexiones. Por ejemplo, Juan Espinosa, tras la muerte de su padre, escribe: "Es imposible no responder, y acudir, si se nos llama por nuestro nombre. La muerte cuenta con esto; pero también la resurrección. '¡Miguel, Miguel!'"

Antes, ha hecho una reflexión más general, y que atañe, no sólo al día de hoy, sino a nuestro tiempo. Juan charla con su padre sobre el embalsamiento de Lenin, objeto de peregrinación soviética. Y concluye que, más que culto, es comprensible comprobación, porque los marxistas tienen que asegurarse: "Si Vladimiro Ulianov ha resucitado, vana es nuestra esperanza", se dirán. La frase está hecha sobre la falsilla de san Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es también nuestra fe". Pero no se trata de una falsilla retórica, sino real, creo. Detecta la existencia de una alternativa entre resurrección o momias.

Nuestro tiempo, tratando de escabullirse de la elección, ha caído en los zombis en serie, en los espíritus de las películas de miedo y en los fantasmas. Es un movimiento inconsciente y antiguo, pero la moda de Halloween no es casual. Quien tenía clara la alternativa era Kamante, el inolvidable criado de la baronesa Blixen en Memorias de África. Se había convertido al cristianismo y consideraba lo más natural del mundo, por tanto, haber perdido el miedo a la muerte y a los muertos que paralizaba a los nativos de Kenia. Si Jesucristo no ha resucitado, vano también nuestro valor. Si la tarde-noche del Viernes Santo se rasgó el velo del Templo en una absoluta conmoción religiosa, en la mañana del Domingo de Resurrección, se rasga el grueso muro del cosmos. Y por esa grieta, cruzan, tras el Crucificado, muchos más. Lo vuelve a apuntar Juan Espinosa en el final de su libro: "Sueño con mi padre, y le pregunto -pongo el alma en ello-si hay más mundo. Obediente a las leyes de la vida y de la muerte, él guarda silencio. Y sonríe".

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