La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
La tribuna
CUANDO Ortega y Gasset publicó su libro La rebelión de las masas en 1930, se estaba haciendo eco de un fenómeno que marcaría toda la historia de la pasada centuria. "El centro del régimen vital del hombre-masa -decía el filósofo- consiste en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral alguna".
Dada la circunstancia de su época, se entiende que la obra lograse varias ediciones y se tradujera a las principales lenguas. Pero si el siglo XX era el de la desafección de las masas, el XXI está siendo el de la desafección de las élites, contaminadas de la misma enfermedad que Ortega aplicaba a las primeras. ¿A qué élites nos referimos? A quienes por su posición, cargo u oficio gozan de una especial proyección social; aquellas en quienes los miembros de la sociedad se miran, aunque lo hagan inconscientemente.
Si bien en todos los tiempos ha habido escándalos entre personas relevantes, lo que se denominaba entonces el "peso de la púrpura", la responsabilidad y dignidad del cargo, el sentido del ejemplo y el temor de Dios les compelían a controlar muchas de sus pulsiones egoístas y a vigilar sus comportamientos, en evitación del rechazo social, la carga de deshonra e indignidad que sobre ellas pudiera recaer y, en definitiva, ante el miedo a la reprobación humana y divina que habrían de concitar sus actos.
Hoy, con todo, tales elementos coercitivos parecen haber caído peligrosamente en desuso. Una mirada panorámica sobre la realidad actual basta para ver cómo los componentes de dichas élites suelen olvidar su función de modelo y ejemplo de moralidad delante de sus conciudadanos, que los toman generalmente como referencia. Disminuida por el "todo vale", tampoco suele ser eficaz la otrora fuerte presión social.
La presencia en los medios de nombres relevantes e instituciones, de diferentes procedencias, implicados en turbios casos de dinero, estafa, cohecho o escándalo es frecuente y reiterativa. Bástanos con recordar los casos de los financieros implicados en la actual crisis económica, el del presidente Berlusconi, y entre nosotros, los de políticos participantes en tramas como las de Gürtel o Mercasevilla, y ahora, más recientemente, los de deportistas de élite, que, junto a la exatleta Marta Domínguez, se hallan presuntamente implicados en el negocio del dopaje. Y estos mismos escándalos se extienden también a otras profesiones muy relacionadas con temas fundamentales de la vida humana.
¿Qué es lo que está sucediendo? Sin duda, el problema de atrofia moral que se extiende entre nosotros, afecta también al sentido de rectitud y de honestidad de quienes debieran ser ejemplo y modelo para sus conciudadanos. En esta especie de relativismo que se ha instalado, las personas (afortunadamente no todas) van abandonando los "prejuicios" morales que les vinculaban estrechamente a los preceptos religiosos o de ética ciudadana, para enredarse en operaciones de explícita inmoralidad, atraídos por el dinero rápido, el aumento de fama o la amplitud de poder que procuran.
"Total, parecen decirse los implicados, si lo único seguro que tenemos es el tiempo presente, sigamos el viejo adagio de "hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos, que mañana ayunaremos". Y es que, sin esperanza de vida eterna ni idealismo laical sustitutorio, no quedan demasiados motivos sugerentes para ajustar la vida presente a las, con frecuencia duras, exigencias de la rectitud, la virtud y la moral.
De esta forma, el desprestigio suele cernirse sobre quienes deben ejercer autoridad, sea por su responsabilidad profesional, política o institucional, creciendo así entre la masa social una actitud de sospecha hacia quienes por su cargo o función debieran inspirarle confianza. Comprensible para no caer en credulidades e ingenuidades manifiestas, dicha actitud, sin embargo, resulta destructiva a la hora de que sus miembros puedan tener modelos de vida que les estimulen a ser mejores.
Afortunadamente, quedan, en medio de toda esta melé, quienes aún pueden ser propuestos para imitación, especialmente a nuestros jóvenes. Los hombres de la selección española de fútbol fueron en este año pasado un buen ejemplo.
En todo caso, el vacío que los modelos dejan suelen llenarlo de manera creciente sujetos mediocres, siendo precisamente la mediocridad uno de los signos cada vez más llamativos de nuestro tiempo. Puestos que antes se reservaban a la excelencia, el sentido de la responsabilidad y la virtud, están hoy en manos de personas de escasa exigencia moral, cuando no de desaprensivos. O de quienes carecen de la fuerza necesaria para no caer en la tentación del dinero y el ansia de poder, que se mueven a su alrededor. En contraposición, aquellas personas que por su valía deberían ser sus titulares suelen abandonarlos, incapaces de subsistir en un ambiente enrarecido, sirviendo, sin que lleguen a proponérselo, como motivo disuasorio de compromiso para los más jóvenes.
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