Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
De poco un todo
No todo lo que traen los fríos viene a helarnos la sangre. Fíjense en las mesas camillas, congregando el amor de las familias. Y está la prodigiosa multiplicación de los bolsillos, que viene aparejada al aumento de las ropas de abrigo. Una mañana gélida de éstas de diciembre uno puede encontrarse con que acarrea, como quien no quiere la cosa, casi veinte bolsillos, entre los del pantalón, el abrigo, la chaqueta, el abrigo y la camisa. Aunque haya que salir a la calle, las manos pueden quedarse en casa, al abrigo de los bolsillos. No es muestra de exquisita urbanidad llevar las manos escondidas, pero ándense ellas calientes y ríanse las gentes.
Los bolsillos tienen siempre algo de cueva, a menudo de cueva de Alí Babá. En los viejos bolsillos uno reencuentra corbatas de fiestas de la juventud; notas sorprendentes, escritas con nuestra letra diciendo ¿qué, cuándo, dónde, por qué?, oh misterios casi policíacos; tarjetas de desconocidos; entradas de cine, que proyectan difusas imágenes en nuestra memoria; bolígrafos; memorias USB; antes a veces se encontraba dinero, pero eso era hace mucho tiempo. Ahora dinero no se encuentra en ningún sitio.
Decía Chesterton que lo más poético del mundo era la enumeración de los objetos que se han salvado de un naufragio. No hace falta pasar, gracias a Dios, con estos fríos, por el trámite del barco hundiéndose y de uno mojándose. Igual de poética es la lista de cosas que encontramos en nuestra república de bolsillos: se han salvado del naufragio del tiempo y han venido a dar a esta orilla nuestra del ahora.
Además, hacemos deporte gracias a los bolsillos. ¿Dónde metí las llaves? Y uno empieza una tabla de ejercicios de gimnasia sueca para rebuscarse en todas las aberturas textiles. Qué vigorosas palmadas por toda nuestra anatomía, ¡qué vivificante!
La cartera, en cambio, no debería darnos tantos problemas de localización. Observó el genial novelista húngaro Antal Szerb que los centroeuropeos se colocan siempre sus billeteros en el bolsillo interior izquierdo de la chaqueta, quizá como prueba inconsciente de lo cerca que llevan el dinero de su corazón. Los españoles nos ponemos la cartera en uno de los bolsillos traseros del pantalón. ¿Un atavismo de nuestro ancestral catolicismo, que en sus críticas al vil metal rozó a menudo la escatología? ¿O un símbolo del camino que lleva nuestra economía, amén de cuesta abajo y sin frenos?
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