Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
LAS ideologías tienen muy mala fama, aunque mejor de la que merecen. Son el escalón más bajo del pensamiento político. Pero si hay algo aún más feo, es el apetito de poder que muestran los líderes en este período post-electoral. Eso no alcanza el nivel de pensamiento. Quitando a Albert Rivera, que -porque no tiene escaños para aspirar a nada- ha hecho de su imposibilidad virtud, los otros llevan siempre por delante su afán desaforado de cargos. Rajoy ni se plantea el paso al lado que habría puesto en un aprieto a sus rivales; la única línea roja de Sánchez es su puesto de presidente y Pablo Iglesias pide carteras desde el primer momento.
Para tocar poder, el pacto de progreso y reforma de las izquierdas sería perfecto. Sánchez se desembaraza del PP e Iglesias se escabulle de unas nuevas elecciones y de sus crisis internas a base de coger su ración de los despojos. ¿Qué barrera les separa de sellar ese acuerdo que los saciaría? Pues las ideologías de sus formaciones, profundamente incompatibles, por debajo de la demagogia izquierdista y del odio al PP y enfrente de su firme disposición a pasar de todo con tal de alcanzar sus sillones.
Las ideologías no son ideas y podemos despreciarlas por su esquematismo y visceralidad, pero, cuando se constituyen en el último muro de contención de la desatada ambición de poder, hay que elogiarlas un poco. Y reconocer que cumplen una función democrática básica. En torno a ellas se agrupan afiliados y votantes de cada partido, mientras que el poder es personal y poco compartible, como saben, sin irnos muy lejos Susana Díaz, por un lado, a la que también le gusta, e Íñigo Errejón, al que han puesto lejos, por si se encaprichaba. Las ideologías mantienen un nexo de unión entre el pueblo votante y el líder de cada partido. Las restricciones que tendrían que suponer las tradiciones y las leyes constitucionales, en la cúspide, y los programas políticos votados, en la base, y que no se cumplen, son suplidas de una manera muy elemental por las ideologías.
Ahora mismo, es el límite que no podrán traspasar ni Pedro ni Pablo, porque cualquier acuerdo, entre visiones tan distintas de España, de Europa y de la lucha antiterrorista, acabaría pasando una factura inasumible para alguno de ellos, o para los dos. Está el nivel político de España tan bajo, que no nos queda más remedio que elogiar lo último: la ideología. Hasta aquí hemos llegado.
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