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DEL debate del domingo se sigue hablando mucho, pero en términos deportivos, casi de boxeo, para ver quién ganó a los puntos y quién quedó K.O. Los análisis más hondos son sobre las formas, o sea, sobre la superficie. Ese predominio de lo competitivo hace que apenas se hayan destacado los dos grandes fallos que tuvieron los jóvenes líderes, errores menores y datos extraviados aparte. Como los gordos fueron simultáneos no otorgaron ventaja a ninguno y, por tanto, no cuentan para el marcador. Sólo interesan los aciertos de más o los fallos de menos.
El primer fallo fue increíble. Ambos dijeron que ignoraban si Hacienda les había devuelto ya. Dieron la impresión de un desahogo económico extraordinario y una enorme despreocupación por la buena administración de su casa. Y eso no fue lo peor: dejaron que cayese sobre su sinceridad una espesa sombra de sospecha. Nada suele alegrarnos tanto (fuera de los sorteos de Navidad) como que nos devuelva Hacienda.
La segunda pifia fue peor. Preguntados si habían pagado algo en negro, los dos pusieron de golpe cara de póker y empezaron a encoger los hombros como garcillas bueyeras. Ostentaron su olvido, aunque quizá, sí, no sé, quién sabe, hace mucho tiempo, porque en este país… Volvieron a dar la imagen de más preocupados por la imagen que por decir toda la verdad. Pero eso, de nuevo, no fue lo peor. Qué extraño que los dos candidatos a presidir este país le echen la culpa de sus amnésicos pagos en negro a… "este país".
La lástima no fue tanto eso peor, como que ninguno se atreviese a intentar un discurso mejor: más constructivo y político. Si en "este país" se paga tanto en negro como saben ellos, lo responsable sería preguntarse por qué. Y remediarlo. Con unas leyes más justas y con una administración más ajustada se conseguiría reducir el fraude. La curva de Laffer (tipos impositivos más bajos que producen una recaudación mayor mediante la activación de la economía) ha demostrado su eficacia allí donde se ha aplicado. Un verdadero líder tendría que proponer también la curva de la fe: una confianza recuperada en la administración y en la política y unas leyes fiscales más ligeras y razonables harían aflorar bastante de nuestra economía sumergida. Pero ambos estaban muy pendientes de ver quién ganaba a quién y en no dejarse noquear, más que nada. Y la culpa, mientras tanto, para "este-país", que tiene muy anchas las espaldas.
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