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Juan Manuel de Prada ha escrito un artículo extraordinario explicando por qué el catolicismo es sacramental y requiere, por tanto, la presencia y la figura, en fidelidad al Dios encarnado hasta las últimas consecuencias que lo fundó. Les recomiendo lo de De Prada, por su interés (del artículo y de usted, si le interesan estas cosas) y por el mío. Con la seguridad de que lo fundamental ya lo ha explicado él, yo puedo dedicarme más frívolamente a lo externo.
Esto es, a comentar el escándalo que produce en tantas personas buenas la necedad, según ellos, de que las iglesias sigan abiertas y se celebren misas públicas. Por supuesto, se hace con las mismas medidas de prudencia o más que la compra en los supermercados. Quizá se imaginan una animada misa de 12, pero ahora, con todas las dispensas del Obispado para no asistir, incluso el consejo de que no se vaya, salvo necesidad perentoria y nunca en situaciones de riesgo, vamos poco, pocos, muy distanciados y a horas discretas, como espías de Dios. Tratando también de estar a la altura de las cartas que ha escrito el Obispo de Jerez, modelo de delicadeza y prevención.
A pesar de eso, el hecho de que las iglesias continúen abiertas, como «un hospital espiritual de campaña», no se acepta socialmente como sí se hace sin problemas con las panaderías, los quioscos, las gasolineras y los ultramarinos, y tantos trabajos. Con muy buena fe, pero poca, abundan los que no ven que, igual que hay quien necesita comprar tabaco o echar gasolina, están los que necesitan rezar de rodillas en un templo ante el Santísimo Sacramento. Ya digo que Juan Manuel de Prada explica esas razones muy bien, aunque tampoco haría falta entenderlas, creo yo, sino ponerse en la piel del que no piensa como nosotros, pero, aun así, merece el mismo trato tolerante que quien saca a pasear a su perro, por ejemplo y con todos mis respetos -faltaría más- para el can, que lo necesita. Así lo ha hecho el Gobierno: en el Decreto del estado de alarma, en su artículo 11, permite la asistencia a lugares de culto y las ceremonias religiosas.
Pero tampoco pasa nada porque no se entienda. De hecho, yo entiendo que sin fe no se entienda. Infinitamente más que las incomprensiones ajenas, tan lógicas, sorprende que el saberse motivo de escándalo y ser considerados necios con todas sus letras extrañe a tantos cristianos, cuando la Biblia lo avisa, y San Pablo lo recalca.
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