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De poco un todo
Para la mentalidad economicista que nos rodea, la crisis es el apocalipsis total por el mismo motivo por el que todo lo que no sea hablar de dinero es una cortina de humo. Pero de la subida de impuestos hablaremos otro día, porque hay vida más allá de los números rojos e incluso algunos aspectos mejoran. Por ejemplo, la motivación y la profesionalidad de quienes aún conservan un puesto de trabajo. No hace mucho, cuando te atendían muy bien en cualquier negocio, uno sabía a ciencia cierta que se encontraba ante el dueño. Hoy por hoy, mejor no apostar. La gente defiende su empleo con uñas y dientes y sonrisas solícitas. Todos saben que la rentabilidad de la empresa es un requisito para la conservación de su salario. Los índices de productividad media de los españoles deben de haberse disparado en los últimos tiempos. Lo dirán las próximas estadísticas, tal vez, pero ya puede comprobarse a pie de obra, en la calle, a ojímetro. Trabajar ha pasado de ser una maldición bíblica a una bendición del cielo. Lo único agobiante de un trabajo ahora es perderlo. Este año el síndrome post-vacacional brilla por su ausencia y el absentismo, de hecho, ha desaparecido.
En mi caso, por si fuera poco, que no lo es, entré el otro día en la biblioteca pública donde solía estudiar cuando preparaba las oposiciones. Parecía que por allí no había pasado el tiempo: los mismos jóvenes (otros, pero igual de jóvenes) devanándose delante de los mismos temarios pintarrajeados. Sólo una diferencia: estos se habían dado una pasadita por expo-electrónica, y estaban equipados con i-pods, mp3, ordenadores portátiles, teléfonos móviles y pen-drives. A pesar de todo, el aburrimiento del opositor sigue siendo incomparable. A mi lado exhalaba uno hondos vahídos de esfuerzo, igual que si fuese un tenista. Claro que el esfuerzo era evidente: además del intelectual, que se le supone como el valor a los soldados, el de cuello, también como en el tenis, de aquí para allá, escrutando al personal. Y luego, cuánto se levantan los estudiantes, up, alehop, y una vuelta más: o a por otro café o simplemente en redondo, para contemplar más de cerca a las colegas. Mi vista casada, digo, cansada, digo, ambas cosas, era un problema: en un radio de medio metro veo perfectamente sin gafas, pues la presbicia me compensa la miopía; más allá de los libros, todo es borroso. Pero por no añorar, ni siquiera echo en falta aquella mirada afilada de entonces.
Tener trabajo, como están las cosas, es un privilegio que no cambiaría por casi nada y, desde luego, nunca por volver a una juventud incierta y patética (en el sentido de pathos). "Bien está lo que bien acaba", terminó el poeta Javier Salvago un poema sobre su propia juventud. Los que trabajamos les debemos a los parados y a los que buscan afanosamente su primer empleo como mínimo la conciencia feliz de nuestra fortuna. Mucho ánimo a todos.
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