Confabulario
Manuel Gregorio González
G uerra Fría
Envío
EL lunes se celebró el Día de Europa, conmemoración habitualmente rutinaria y sin gran repercusión a pesar de que procura actualizar el legado de los grandes fundadores de la hoy Unión Europea -Schuman, Adenauer y De Gasperi, con la ayuda inestimable de Jean Monnet- , sin el que sería pura fantasía todo lo que nos ha venido ocurriendo a los europeos desde la posguerra hasta esta especie de pretendido fin de la Historia en que nos movemos.
Y, sin embargo, dando sentido a la efemérides y justo cuando tantas sombras se ciernen sobre su futuro, la Unión ha tenido el arranque de nombrar al experimentado político eslovaco Jan Figel como enviado especial para la libertad religiosa. Su específica misión será la de asesorar al comisario de Cooperación y Desarrollo en el examen de los programas de ayuda a terceros países, de forma que desde ahora queden sometidos a la necesidad de que estos se comprometan en el efectivo respeto a la libertad de conciencia. Hasta hoy era posible, aunque ello no parece haber escandalizado a esa opinión pública tan sensible en tantas otras cuestiones meramente anecdóticas, que ciertos países recibieran generosas ayudas por valor de muchos miles de millones de euros anuales sin que Bruselas condicionara su entrega al respeto de los derechos humanos, ni siquiera en sus aspectos más elementales. No parece en modo alguno casual que el nombramiento de Figel haya sido precedido, hace unas semanas, por el reconocimiento del genocidio practicado por el Estado Islámico contra cristianos, yazidíes y otras minorías en países como Siria, Iraq o Libia. Es evidente que los islamistas no aspiran a recibir ayudas de la Unión, pero la nueva sensibilidad hacia estas materias puede y debe generar cambios en las relaciones entre Europa y muchos países musulmanes que, si lejos de las monstruosidades que practican los terroristas, no dudan en aplicar políticas gravemente discriminatorias y opresivas contra los fieles de otros credos. El principio de reciprocidad o correspondencia debería ser la clave de todo este negocio, de forma que en tierras del Islam se conceda a los no musulmanes los mismo derechos que poseen los mahometanos en Europa.
Por otra parte, ya veremos si el nuevo enviado especial no tiene que empezar a preocuparse por el estado de la libertad religiosa y de conciencia también en países de la Unión.
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