La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
LIBRE DIRECTO
CUANDO yo era niño tenía un galápago. Como galápago no era gran cosa pero era mi galápago. Cada año, al llegar los primeros fríos, desaparecía. Nadie sabía si había muerto, simplemente desaparecía.
La primera vez mi abuelo me dijo: "No te apenes, aparecerá". Y en efecto, en primavera salía, arrastrando torpe su coraza con unas cuantas pelusas pegadas, de su furtivo escondite.
Pues bien, igual que el galápago es un reptil quelonio, aunque lo ignora, hay un tipo de político que es como el galápago si bien tiende a ignorarlo. Es el político eterno, aquel que hoy es concejal de Estratagemas Varias, dejas de oír hablar de él, parece que se fue a su casa y mañana aparece, un poné, de Director General de Conceptos de Aire Comprimido. Vuelve a esfumarse y pasado mañana oyes que es senador, secretario de algún chollo o consejero de cualquier trapisonda. Como mi galápago: siempre regresa.
Nunca supe si mi galápago era joven o viejo. Como el político eterno, que envejece poco en los carteles electorales desde Dios sabe cuando. No tiene edad, con su corbata, finge y sonríe en los croqueteos, siempre disponible buscando fidelidades y réditos personales, odia la palabra "renovación", a no ser que ésta se entienda en sentido dinástico-familiar.
Al igual que los galápagos, son seres muy antiguos y ambos son un verdadero milagro: el galápago ha sobrevivido a las glaciaciones con su absurdo aspecto, mientras que el político perpetuo sobrevive a las elecciones con su escasa formación. Él lo llama "bagaje" pero en realidad sólo son trienios.
Al igual que el galápago, el político eterno es muy territorial, es decir, tolera mal a otros de su misma especie cerca, pues ve competidores por todos lados.
Hace tiempo se consideraba al galápago especie depredadora, pero estudios recientes lo describen como oportunista que aprovecha cualquier fuente de alimento. Igual que el político perpetuo. La diferencia es que a mi galápago jamás lo vi comer.
Cuando me hice mayor me di cuenta que se puede vivir sin galápagos. Sin los otros, ay, no.
También te puede interesar
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
El Palillero
José Joaquín León
Propietarios o proletarios
Quizás
Mikel Lejarza
Hormigas revueltas
Lo último