La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
TEMÍ que cuando llegara hoy, día de Nochevieja, el título que tenía previsto desde hacía semanas para felicitarles estuviese muy sobado. Pero veo que no se ha abusado del juego de palabras. Lo peligroso que tienen los juegos de palabras es precisamente que, como las palabras son las que son, la gente reincide siempre en los mismos retruécanos.
En este caso, resulta significativo que apenas nadie se haya abalanzado sobre el guiño burbujeante del "¡Feliz año nueve!" Somos demasiado viejos, quizá, y no estamos para muchas nuevedades. De hecho, la entrada en el segundo milenio fue decepcionante. En la Edad Media sí sabían cómo montar un buen espectáculo -véanse las catedrales-, y el año mil lo celebraron con unos terrores por todo lo alto. Lo del 2000 resultó pobretón. Lo más parecido a los pavores apocalípticos está siendo el calentamiento del planeta que, discusiones científicas aparte, muestra los grados que alcanza al rojo vivo nuestra vanidad. En este apocalipsis ecológico nuestro somos los hombres los causantes del desastre universal y nosotros mismos somos -reciclando y eso- los que vamos a conseguir la Parusía.
Llamar al año que viene el año nueve implicaría subconscientemente cierto borrón y cuenta nueva, pero nuestra antigüedad gravita más que la novedad, y en la calle se habla mucho del año pasado y menos de la emoción por el estreno de éste. No me extraña. La crisis pesa, y en vez de estrenar nos inclinamos por la segunda mano y las reparaciones. Todo arrastra de lejos: el conflicto en Israel, que está ensangrentando las últimas horas, viene del Antiguo Testamento y dura milenios. Resulta sintomático que celebremos tanto la Nochevieja, fíjense, vieja y noche, en vez del uno de enero, que en términos generales se convierte en un día bastante lamentable de reseca y confeti sucio por los rincones. Los poetas japoneses del haiku, en cambio, prefieren el primer día del año, que llaman "la gran mañana". Es bonito, ¿verdad?; claro que ellos son muy raros, poetas y japoneses, haijines.
Aunque no exageremos. También es bonito y, sobre todo, natural sentirnos un poco viejos a estas alturas de la historia y del año (y de los cumpleaños). Lo perfecto sería el equilibrio: sabernos antiquísimos y a la vez recién nacidos, como el tiempo que continuamente comienza con acompasadas campanadas. 2009 suena bien: dos mil por un lado y nueve por otro, todo junto. Yo les deseo una buena Nochevieja y una gran mañana y 364 estupendas que vengan después. Esta noche, además, brindaremos todos por el amor y la salud, que es lo que importa. Lo de próspero mejor dejarlo para otro año.
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