Enrique / García-Máiquez

Ferias van y vienen

de todo un poco

24 de abril 2013 - 01:00

Alos padres, que hasta ese momento babearon ante todas y cada una de las gracias de su pequeño, les fastidian, de repente, los encadenados "por qué" de los tres años. ¿Por qué? No por la repetición, que mucho ha repetido el niño antes con nuestro absoluto beneplácito. Entonces, ¿por qué? Porque ponen en evidencia la falta de sentido y fundamentación de buena parte de nuestra existencia. El "porque sí" tajante con que procuramos cortar cuanto antes la conversación socrática de nuestros pequeños no es más que un reconocimiento de pura impotencia.

Lo malo es que el "por qué" se nos mete dentro, como una carcoma obsesa. Ante las salerosas fechas que se nos avecinan, he empezado a preguntarme por qué, por qué voy a la feria. No me gusta el polvo, me aterran los atascos, me horroriza buscar aparcamiento, me inquieta pagar un dineral a un dudoso guardacoches, me gusta comer bien y cómodo, adoro una buena conversación tranquila con mis amigos, amo el silencio, la paz, el aire fresco, me repatea el polvo, no canto, por desgracia, ni bailo ni toco las palmas ni tan siquiera digo "olé" con gracia, los cacharritos -ese último remedio para desesperados- me descacharran el estómago… ¿Por qué voy a la feria, por qué? ¿Por qué?

De joven, iba, pero entonces todo era distinto. Mi mujer, siendo mi novia, llevaba muy mal que yo no mostrara ningún entusiasmo por acudir a ferias y a fiestas y vivir la noche cuando estábamos juntos, y que, sin embargo, en cuanto nos peleábamos, ella me encontrase siempre a las más altas horas del alba en todos los saraos. En realidad, aquello era un piropo gestual. Con ella no necesitaba ni ver ni ser visto. Sin ella, tenía que volver a salir, ay, al mercado, esto es, a la feria, que es precisamente como se llaman nuestras fiestas de primavera, y como se llama también la feria de las vanidades, no por casualidad.

De casado, voy, pero es que ahora todo es distinto. Mi mujer quiere. Así que, buen lector, si después de haber leído esta columna me encuentras en cualquiera de los reales de cualquiera de las ferias que sucesivamente se abalanzan sobre Andalucía, no te asombres y no me preguntes por qué. O pregúntame, pues entre la música de la tierra, las palmas, los gritos, las sirenas de los cacharros y otras tremendas diversiones, no te oiré, y sonreiré vaga y melancólicamente. O te oiré de milagro, y podré darte la respuesta definitiva: "Porque sí".

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