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DEBÍA ser el año 1977 cuando Fernando Quiñones estaba escribiendo su relato "Legionaria" con objeto de presentarlo a un concurso de narrativa erótica. Yo iba a menudo a la casa que él tenía cerca de Cuatro Caminos. Salía de la Facultad y algunos días me pasaba por su casa. Tenía entonces los horarios trastocados: escribía de noche y dormía de día. Me recibía con el afecto y el cariño que le caracterizaban y a veces me leía fragmentos del relato a la vez que me obligaba a tomar tragos de una botella de licor de plátano que le habían regalado en Cuba. Fernando Quiñones había sido compañero de mi tío Enrique en San Felipe mientras vivía con su abuela en la calle Sacramento aunque pasaba los ratos en la casa de mis abuelos de la calle San José . Tiene incluso un relato que transcurre durante unas Navidades en esa inmensa casa con una enorme cristalera y pasillos kilométricos donde pasé los veranos de mi infancia y juventud. Son los primeros recuerdos que siempre se me vienen a la memoria cuando alguien me habla de Quiñones. Luego tuve mucha relación con él a raíz de la organización de Alcances, cuando era más que un festival de cine que animaba los veranos gaditanos. Disfruté con la novela en la que se transformó aquel lejano relato, "Las mil noches de Hortensia Romero", escrita a iniciativa de José Manuel Lara. Disfruté con "La Canción del pirata" y largas conversaciones en su casa de Rosario Cepeda o en el Café Andalucía. Recuerdo sus incursiones en el mundo del flamenco y sus Mijitas del Freidor que recopiló Blanca Flores y prologó Emilio López. Aquellos artículos donde se opuso al traslado a Puerto Real de centros universitarios, cosa que yo veía bien y que el tiempo ha demostrado mi error y su acierto. Recuerdo la manera en que alertaba, hace tanto tiempo, sobre cómo la ciudad estaba narcotizada por el carnaval o cuando puso el grito en el cielo a cuenta del edificio del CENTI. Pienso lo que hubiera dicho ahora sobre el Cómico, el Pabellón del Casco Antiguo o el nuevo Hotel Atlántico, él que con tanta pasión defendió a la ciudad de Cádiz. Se me vienen a la memoria las historia que contaba sobre su periplo en el Readers Digest y cómo acudió a una importante reunión vestido de picaor para que le despidieran de una vez y dedicarse de lleno a la escritura. Es una pena que la Fundación que lleva su nombre languidezca en la ciudad de Chiclana y haya tenido que ser un grupo de animosos amigos del escritor los que reivindiquen su memoria. Esta semana hubiera cumplido 86 años.
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