Confabulario
Manuel Gregorio González
Valeriana
Su propio afán
Un famoso artículo de Chesterton defiende el esplendoroso pelo pelirrojo de una niña pobre. El gobierno inglés obligaba a rapar a los niños con riesgo de tener piojos. Chesterton sostiene que una muchachita tiene derecho al orgullo de su maravillosa melena, y que una sociedad que le niega eso está podrida y hay que reformarla, hasta con una revolución si es preciso, para que no existan pobreza ni tampoco normas inhumanas que terminan humillando a una chiquilla y disminuyendo la belleza y la alegría del mundo.
Lo que ha pasado en Córdoba es aún más grave. La Audiencia Provincial ha retirado la custodia a un padre de dos hijos porque fumaba mucho. Muchísimo, vale; pero, para evitar a las criaturas la condición de ocasionales fumadores pasivos, los han dejado sin padre.
Se nos ha ido de las manos el higienismo, como al gobierno inglés, pero peor. Porque la niña pelirroja podría seguir con sus padres, pero aquí se valora la paternidad menos que el «No fumar». La figura del padre, con la importancia espiritual, histórica, cultural, psicológica que tiene, se hace humo y cenizas, y se tira al cenicero de lo políticamente correcto.
Se pone el antitabaquismo, además, por encima de todo lo que no es motivo de que le quiten a nadie la custodia compartida. Ser vigoréxico, no leer jamás, andar obsesionado con el dinero, tener nuevas relaciones tóxicas, no sé, pongan ustedes los ejemplos que quieran. La custodia la quitan por fumar.
Todavía hay en la sentencia un argumento más terrible que no recuerda ya a Chesterton sino al mismísimo Huxley de Un mundo feliz. Dice: "No sería lógico que a los menores no se les protegiera en su hogar de aquello de lo que la sociedad protege para cualquier ciudadano, mayor o menor de edad, cuando hablamos de lugares públicos, centros escolares, centros de trabajo o sanitarios". O sea, que una familia donde se contradigan los dictados de la sociedad es una familia lógicamente "intervenible" o "desestructurable". Esa contradicción, sin embargo, debería ser la norma, porque la familia debe ofrecer referentes y criterios (y un refugio) frente a los mandatos y las modas de la sociedad. La familia debe librarnos de la degradante esclavitud de ser un pelele de la polis. Yo, fumar, no, porque mis pulmones no tienen la culpa ni quiero pagar aún más impuestos, pero que no cuenten conmigo para repetir en nuestro cuarto de estar sus eslóganes hipnopédicos.
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