La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
de todo un poco
DESPUÉS de una conferencia o un artículo, empleo el doble de tiempo en lamentar lo que hice mal o pude decir mejor. Me he comparado alguna vez, en versión remordimiento, con Funes el memorioso, el personaje de Borges, que echaba más tiempo en recordar lo vivido que en vivir, abismado en una existencia en bucle, postrado, víctima de su propio pasado paralizante.
Pero acabo de caer en la cuenta de que, mucho más que a mí, la parábola metafísica retrata nítidamente nuestra burocracia, obcecada en recoger cuanto hacemos y somos en informes, actas, DNIs, facturas, certificados, duplicados y memorias. Hay un afán por el registro de todo que algo tendrá que ver (el lenguaje no da puntada sin hilo) con los registros policiales de una vivienda o de un vehículo. Y hay en ello un aire de pesadilla borgiana, rayando en Kafka, porque si la mitad del trabajo es registrar lo que se trabajó, después hay que volver a registrar que se estuvo registrando, dejando cada vez menos margen para lo que no sea dejar constancia.
El preclaro Donoso Cortés lo vería natural o, mejor dicho, lógico. Dio con la ley de que o se refuerzan los controles interiores, con la moral, o se nos imponen los exteriores, mediante la policía. Hasta ahora yo lo había entendido por lo penal y el orden público. Error: de lo fiscal abajo, nada escapa a esa ley. Cuando queremos liberarnos de la moral y de la ética personal o relativizarlas hasta la insignificancia, caemos por la fuerza de la gravedad en el control externo, que no tiene otro remedio que tomar nota de todo, para poder revisarlo después. Las nuevas tecnologías, además, facilitan enormemente ese trabajo milimétrico. Ya no hace falta ser un novelista distópico para imaginar un futuro de vidas revisadas sin resquicios al instante.
Da vértigo; pero corta la protesta fácil el afilado aviso de Gómez Dávila: "Los tontos se indignan tan sólo contra las consecuencias". Las causas son variadas y van desde un comprensible control al automatismo de aplicar las posibilidades tecnológicas sin pensarlas, porque están a mano. Y al fin habrá que preguntarse, con Donoso, qué hay al fondo de la compulsión por el control o, mejor dicho, qué no hay. Si se pierde el músculo moral, sólo va quedando la burocracia y el positivismo jurídico. Cuando no nos juzga nuestra conciencia, son las actas, los papeles, los testimonios, los registros los que tienen la última palabra.
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