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PRODUCE alipori oír al líder del PSOE afirmando que por un pelo no fue presidente del Gobierno. No entendió nada. El hombre ha confundido el ajedrez con el piedra, papel, tijera; y está convencido de que apenas le faltó un último golpe de suerte. Que Íñigo Errejón se impusiese a Pablo Iglesias, o algo así. Pretendía que Podemos y Ciudadanos le auparan a él con el solo objetivo de derrocar a Mariano Rajoy y ya. Creía que odiaban a Rajoy cuando lo único que desean es el poder. Ha cometido el error infantil, contra el que advertía Screwtape, de creerse la propia propaganda.
Su razonamiento, por llamarlo de algún modo, es que, si las piezas de los contrarios hubiesen sido suyas, habría dado el jaque mate en un santiamén. No cayó en que las piezas de Podemos y las de Ciudadanos no podían ponerse a trabajar juntas jamás.
Rajoy, rey enrocado, sí entendió el tablero. El principal problema de Pedro Sánchez no fue su escasez de piezas, que era evidente, sino que encima sus propias piezas (los barones del PSOE) entorpecían el desarrollo de su juego. Es algo que nos ocurre a menudo a los ajedrecistas mediocres, que nuestras fichas nos asfixian y uno acaba odiando a un peón estancado por muy de nuestro color que sea. Y entonces vino el movimiento magistral de Rajoy: el gambito de Rivera. Ofreció esta pieza clave del centro-derecha (una torre o, incluso, una reina) al contrario. Que se precipitó a tomarla, desequilibrando su posición y marcando el futuro desarrollo de la partida. El PP renunció a pactar con Ciudadanos, dejándoselo (por vía pasiva, que el estilo de juego de Rajoy) a Pedro Sánchez. Una vez firmado el pacto Rivera-Sánchez, y habiendo sido aclamado por los líderes históricos del PSOE, por el IBEX, por los medios y por las encuestas, no había marcha atrás. Pieza tocada, pieza jugada. La alianza con Podemos se hacía imposible, aunque Pedro Sánchez aún piense que no le cuajó por mala suerte.
Nada de esto le bastaba a Rajoy para ganar la partida, pero firmaba tablas, que es mucho más de lo que tantos le pronosticaban. Demostrando, además, que Sánchez ignora las reglas del ajedrez político, que sigue confundiendo con una tómbola. Con el PSOE descolocado y dividido, con Pablo Iglesias que se ha soltado la melena y se ha retratado, con Rivera traído de aquí para allá como una gallinita ciega, hay que reconocer que, para la nueva partida, Mariano Rajoy juega con blancas.
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