Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
De todo un poco
NO se juzga un rey en una columna de opinión como a un concejal de pueblo. El juicio definitivo (lo sabe quien ha leído a Dante) es el Final. El juicio de la Historia tampoco es manco; pero sí cojo, y viene tan lento que, hasta que llegue, han de pasar decenios. Hoy estamos demasiado dentro de la película. Con mejores perspectivas, ya verán nuestros nietos si, durante este reinado, España creció más justa y libre, más próspera y unida.
Podemos, en cambio, enjuiciar la estrategia de la abdicación, tan ceñida a las reglas de juego del inmediato ajedrez político. El movimiento del Rey ha sido magistral. No sólo porque lo ha visto, y le ha gustado, y se apunta al efecto Suárez de beatificación mediática automática. También porque Juan Carlos I sabe de sobra que el instante de una abdicación es delicado. En apariencia ha escogido el peor momento. Con la izquierda radical y los nacionalismos obcecados eufóricos por los resultados electorales, toda esta agitación republicana era fácilmente previsible. ¿Por qué ahora, entonces? Pues por eso mismo.
La posición de Rajoy, aunque parece lo contrario, y porque lo parece, es más sólida que nunca. A su derecha, nada; y a su izquierda, el caos justo para asustar (y, por tanto, movilizar) a las clases medias, muy mayoritarias. El partido Podemos está prestándole el enorme servicio de ser un catalizador que muestra lo amenazadores que ya eran Izquierda Unida y los nacionalismos. El PSOE, por su parte, va hacia una alternativa diabólica: o se tira a la calle a competir por el voto ultra, que no conforma mayorías, o se ofrece como sostén al PP, que lo vampirizaría. Cualquiera fortalecerá más a Rajoy. Pero aún queda Rubalcaba, que es otro seguro institucional, y el rey aprovechará el último aliento del viejo PSOE para conseguir in extremis una proclamación bicolor de Felipe VI.
Sabe también el Monarca que aquí hay muchos modos de ser monárquico (casi más que monárquicos) y que no todos flipan con el sistema o con doña Letizia y Felipe. No ha querido esperar más por no tener que confiarse al monarquismo strictu sensu. En un movimiento intrépido, el Rey, con incólume instinto político, ha detectado la incipiente recuperación económica y, sobre todo, el nuevo escenario de fuerzas, y se ha apresurado a apoyarse en las de orden, que están momentáneamente tensas, sin permitir que se serenen estos días que nos tienen a todos tan atentos.
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