En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
Su propio afán
TRUMP ha declarado que aceptará los resultados electorales..., si gana. El público se ha dividido entre los que se escandalizan, como si fuese algo serio, y los que se ríen, como si fuese algo insólito. En realidad, es algo mucho más corriente y cotidiano de lo que parece. Aquí todo el mundo acepta sólo cuando gana. Si no, es otro cantar. Hasta la historia depende de cómo nos fuese. Vean la permanente relectura de la Guerra Civil, con el histrionismo de la estatua de Franco decapitada y mofada en Barcelona para ver si cambiamos de una vez las tornas de la Batalla del Ebro. Las victorias electorales de Felipe González también están ahora en el alero (retrospectivo).
La pretensión de Pablo Iglesias de llevar la agitación política a la calle para paliar su esquinamiento parlamentario tiene mucho de no aceptar el resultado de las urnas, el mandato popular y la democracia representativa. Que cada vez representa menos, según la alcaldesa Carmena. Cada vez representa menos porque cada vez la representa menos a ella. Es lo de siempre. Es lo de Trump. La vieja alternativa entre ganar o perder se va desplazando a la de ganar o poder... impugnar la partida, las elecciones o la votación.
Es la consecuencia de dejar a la democracia como último o único criterio de la verdad, la bondad y la belleza de todo. Como eso choca con el sentido común más elemental, pero nos hemos despojado de cualquier otro criterio más trascendente, en cuanto sale lo que no nos parece, nos decimos que no puede ser, que algo estuvo mal, que no era una verdadera democracia. No damos crédito.
Los reaccionarios y los viejos conservadores sí que perdemos con elegancia, sin un rictus, con naturalidad. Porque estamos muy acostumbrados, desde luego, pero también por algo más. Porque en nuestro caso no se confunden los procedimientos con los fundamentos ni nuestros puntos de vista dependen de los puntos de vista de los demás. Nos encantaría que todo el mundo estuviese de acuerdo con nuestros ideales, pero no dejarán de ser ideales y nuestros porque no los vote ni el Tato. Perder unas elecciones no significa perder la cabeza ni tener que vender el alma.
Si tú crees algo firmemente y crees que las mayorías dictan la verdad de las cosas y pierdes las elecciones, ay de ti, qué conflicto. Lógico que busques la salida por la tangente del sistema electoral, del fraude, de la verdadera voz del pueblo o de lo que sea.
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