¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Elogio de las fronteras
Su propio afán
TRAS las elecciones andaluzas, un fervor opinativo recorre España. Está propulsado por la extraña sorpresa. Mucho más extraña que sorpresa. Las encuestas venían avisando estos resultados desde hacía tiempo. Resultados que, además, se veían venir sin necesidad de análisis demoscópicos. Incluso el frenazo de Podemos, por el que aposté cuando el temor y el temblor que siguió a las europeas, estaba descontado en los últimos sondeos. ¿Por qué tanto aspaviento ahora? Choca, como algunos comentarios.
Pero no protestaré ni de los tópicos. Nada me ha dado más coraje nunca que el lugareño de guardia que salta, cuando he ido a hablar de Cataluña, por ejemplo, a recordarme que no soy de la tierra, y que qué cabe, por tanto, que yo sepa. La soberanía es nacional y tengo el mismo derecho y hasta el mismo deber, siendo estrictos, de hablar de cualquier rincón de España, incluso de ambos hemisferios, si nos ponemos históricos y constitucionalistas gaditanos. Desde luego, como comprobamos ahora en nuestras propias carnes, las cosas se ven distintas sobre el terreno que desde fuera, pero eso no impide mirarlas ni comentarlas. (Como tampoco, dicho sea entre paréntesis, ser del lugar obsta para soltar algún lugar común o tópico gordo.)
Pero volvamos al argumento del "qué sabrás tú que eres de fuera", según el cual acabaríamos encerrados en la celda de aislamiento de un manicomio. Porque, ¿por qué trazar la línea en las comunidades autónomas? "¿Qué sabe un onubense de Almería?", podrán preguntarse en Aguadulce con más motivo o, al menos, con más kilómetros, que los alaveses con respecto a los riojanos. Y luego, cada ciudad con cada ciudad, y cada barrio con cada barrio, tal como cuenta Chesterton en El Napoleón de Notting Hill. Y aún podemos ir más lejos o más solos: cada familia, una república independiente; cada individuo, un proceso separatista.
Sigo, por tanto, con gran interés lo que se dice de Andalucía por el ancho y espacioso resto de España y defiendo, desde luego, el derecho a decirlo. No callaré a nadie haciéndome el geográficamente ofendido, aunque, si creo que se equivoca, lo diré claro, claro. Sin olvidar que, desde fuera, se tiene otra perspectiva que casi siempre resulta necesaria. Un médico, por acabar con una metáfora quizá excesiva, ni es yo ni está en mi cuerpo, y, sin embargo, voy a la consulta. Ahora bien, el médico, ha estudiado antes y escucha atentamente.
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