José María García León

Hace 52 años: ¿accidente o atentado?

El 24 de diciembre de 1961 Franco sufrió un percance cazando que pudo ser provocado

10 de diciembre 2013 - 01:00

En la noche del 24 de diciembre de 1961, el diario hablado de Radio Nacional de España, popularmente conocido como "el parte", daba la noticia de que ese mismo día Franco había tenido un accidente de caza como consecuencia del cual había sufrido ligeras heridas que, no obstante, habían recomendado su hospitalización.

A pesar del interés de la propaganda gubernamental por quitar importancia al hecho, lo cierto es que Franco, trasladado inmediatamente al Hospital Central del Ejército del Aire de la calle Princesa, estuvo grave y tuvo que ser operado con anestesia total. El pronóstico que se hizo público, firmado por el Doctor Garaizábal, indicaba que su estado era "totalmente satisfactorio" y que padecía una fractura abierta del segundo metacarpiano y del dedo índice de la mano izquierda. Curiosamente, según se supo días después, el parte inicial que se redactó hacía mención a una "rotura de la falange", pero dado que esto podía prestarse a chacota, al chiste fácil, el general Muñoz Grandes insistió en cambiar su redacción.

Franco, como Jefe de Estado que era, no hizo ningún traspaso momentáneo de poder, ni dejó ninguna instrucción por escrito. Tampoco le dijo verbalmente a Camilo Alonso Vega, amigo suyo de la infancia y ministro del Interior, que se hiciera cargo del gobierno. Tan solo se limitó a decirle, al tiempo que le daba un abrazo, una frase bastante escueta y no menos elocuente: "Ten cuidado de lo que ocurra".

Todas las noticias y comentarios posteriores al suceso coinciden en que fue un mero accidente. Incluso, en la lista de atentados conocidos que se intentaron contra su persona y de los que se ha escrito algún que otro libro, este hecho no aparece nunca mencionado como tal. Sin embargo, rastreando este suceso aparecen ciertos indicios que ofrecen serias dudas de que fuera un simple accidente, pues hay testimonios que apuntan decididamente a un atentado.

Ya el mismo 18 de julio de 1936, cuatro cabos primeros decidieron disparar contra el general en Ceuta cuando cruzaba el patio de armas del cuartel del Serrallo. Solo la delación de un asustado soldado le salvó. Doce años después, el 12 de septiembre, una avioneta sobrevoló la playa de la Cocha durante unas regatas con una carga mortal de bombas que debían ser arrojadas contra Franco y su comitiva. La llegada de unos cazas españoles puso a la avioneta en un brete, optando finalmente por una forzada retirada rumbo a Francia. Fue una intentona anarquista, tal vez frustrada por un chivatazo de última hora.

Fracasada en los años cuarenta la incursión del maquis, siguieron más tarde otros atentados fallidos, como el intento de explotar una bomba cuando viajaba al palacio de Ayete, también en San Sebastián. Después se harían otros intentos, algunos de ellos bastante bien diseñados. Sin embargo, conforme el tiempo pasaba, atentar contra Franco se estaba convirtiendo en una misión prácticamente imposible. Al final, el gran atentado no sería contra él sino contra su propio régimen en la persona de su presidente, el almirante Carrero Blanco, asesinado el 20 de diciembre de 1973.

En contra de lo que se cree, Franco era más pescador que cazador. Sus hazañas a bordo del Azor, cazando atunes o incluso algún que otro cachalote forman parte ya del imaginario del régimen, aunque, bien mirado, dada toda la parafernalia orquestada cada vez que salía en su yate, lo que pescaba resultaba enormemente caro para todos y verdaderamente molesto para muchos. Tan reservado como era para tantas cosas, no ocultaba sin embargo su vanidad entre sus más íntimos, bajo la forma de largos monólogos, a la hora de narrar, mejor ensalzar, sus hazañas piscatorias. Unas hazañas cuyos méritos conviene regatear si se tiene en cuenta el enorme dispositivo que se ponía en marcha cada vez que subía al Azor, su particular buque insignia. Barcos de escolta, embarcaciones auxiliares, expertos marineros, cebos de todo tipo… Todo ello sin contar con las correspondientes medidas de seguridad, pues un barco en alta mar siempre podía ser blanco fácil para un atentado. Jaime Peñafiel, con bastante gracia, lo narra muy bien.

Sin embargo, fueron las cacerías del franquismo las que más habladurías despertaron, pues en ellas no solo era la cinegética lo único que contaba. Franco solía cazar con bastante frecuencia, no como Carlos III para combatir su hipocondría heredada sino para matar el tiempo libre, dado que tampoco es que fuera precisamente un esclavo del trabajo. Simplemente, se distraía y, a lo que se ve, mucho. A ellas poco a poco fue dedicando cada vez más tiempo, en una progresión contraria a la de sus deberes como gobernante. No faltaban las habladurías, cuando no las críticas veladas, dentro de su propio gobierno sobre esta desmedida afición suya, pero lo cierto es que muchos de sus ministros, de grado o porque no les cabía más remedio, también le acompañaban en estas incursiones. Basta ojear las Memorias de su primo Salgado Araujo.

A Franco le gustaban mucho las escopetas de caza inglesas, de las que tenía una buena colección. Aquella mañana del 24 de diciembre decidió salir por la tarde, después de comer, a cazar unas palomas torcaces en las montunas cercanas a El Pardo. Sobre las cinco su escopeta explotó, con la suerte para él de que en ese momento estaba apuntando en dirección al suelo. De lo contrario la explosión le hubiera impactado en la cara con resultado fatal. Era una buena escopeta, una J. Purdey & Sons número 22513, fabricada en Londres, que disparaba cartuchos de perdigón del calibre 41.

El periodista y académico Luis María Ansón, en su libro sobre Don Juan, nos da algunos detalles que llaman poderosamente la atención, como lo inquieto que estuvo aquel mismo día un hombre de confianza del Conde de Barcelona, el ex ministro franquista Pedro Sainz Rodríguez, en esos momentos exiliado en Lisboa y ya en clara oposición a Franco. Un más que mosqueado Ansón nos cuenta cómo don Pedro le telefoneó aquella tarde varias veces a Madrid desde el país vecino por si había alguna noticia importante, al tiempo que le recomendaba insistentemente que no se moviera de donde estaba, pues algo muy serio iba a ocurrir.

Laureano López Rodó, uno de los hombres clave en el desarrollismo español de lo años 60, que fue varias veces ministro y por entonces secretario general técnico de la Presidencia el Gobierno, en uno de sus libros más interesantes y bastante esclarecedor para conocer la política española de aquellos años, La Larga marcha hacia la Monarquía, dejó escrito lo siguiente:

"Con más detalle el día 18 de enero, don Camilo Alonso Vega me dijo que fue un sabotaje, que no había sido un accidente fortuito, sino que quienes suministraron la munición lo hicieron con el intento de matar a Franco".

El propio López Rodó reconoció que Franco después de aquello había estado bastante mal los días inmediatamente posteriores y que no pegó ojo en muchas noches. También, en sus círculos más allegados se comentó que alguien le había cambiado los cartuchos reglamentarios por otros de menor calibre. En realidad, si hemos de admitir un testimonio tan cualificado como éste, no cabe la menor duda de que el suceso adquiere un giro bastante inequívoco. Aún así, al menos que se sepa, no se instruyó ningún proceso penal sobre lo acaecido aquella tarde del 24 de diciembre de 1961. La orden era tajante, quitar hierro al asunto y no dar pábulo a la posible vulnerabilidad de Franco

El régimen franquista incluso hizo venir a Madrid desde Londres a alguien tan cualificado para examinar la escopeta como Charles Purdey, miembro de la familia que regentaba dicha afamada casa. Sin embargo, tras examinar minuciosamente el arma, emitió un detallado informe el 29 de enero de 1962, donde hizo constar que la misma se encontraba en perfecto estado y que no había ningún defecto de fabricación alguno que justificara ese posible accidente. La hipótesis de Alonso Vega sobre el cambio de cartucho reglamentario cobra pues bastante verosimilitud.

En su discurso de fin de año Franco apareció ojeroso, con mala cara y con el brazo izquierdo aparatosamente escayolado. Ni que decir tiene que no hubo ninguna alusión a lo ocurrido, dedicándose mayormente a hablar de los logros económicos del año que acababa. Por cierto que Ramón Tamames, aludiendo al borrador de dicho discurso, destaca con sorna que Franco había escrito "inflacción". Estaba claro que la economía o, mejor, la ortografía no eran su fuerte.

Con todo, las consecuencias no se hicieron esperar y aquel incidente con toda seguridad influyó en su ánimo a la hora de ir diseñando sus previsiones sucesorias. Aunque, eso sí, siguiendo la táctica franquista, con mucha lentitud y excesiva prudencia. Por de pronto, la Ley Orgánica del Estado que podría prever el futuro del régimen se haría esperar unos años más. En esos días de enero de 1962 lo más perentorio para Franco era la futura boda del Príncipe Juan Carlos unos meses después en Atenas.

Pero, de ser un atentado, ¿quién pudo haber sido el instigador? Aunque resulta arriesgado emitir alguna hipótesis, lo más probable es que se tratara de fuerzas de la oposición provenientes del sistema o muy cercanas a él, pues por su ejecutoria no parece el tipo de atentado perpetrado hasta entonces por las fuerzas de izquierda, sino algo más sofisticado en el que debió estar implicada gente con fácil acceso al Palacio de El Pardo.

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