El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
LEO y escucho críticas unánimes (y más acerbas cuanto más cercanas al PP) a aquella decisión de Rajoy de declinar su presentación a la investidura. Según recuerdo, en su momento hubo división de opiniones. Como yo, al menos, sí defendí que Rajoy hizo un movimiento inteligente, recogeré el guante.
La maniobra habría sido magistral, como sostuve, si su paso atrás se seguía de un paso al lado. La renuncia a la investidura descolocó y enrabietó a Sánchez, que pretendía triturarlo antes y luego, sobre sus despojos, hacer sus pactos. Rajoy, aprovechando aquel desconcierto inicial, tendría que haber contratacado por el flanco de C's con un acuerdo de gobernabilidad sensata y reformista, ofreciendo, si hacía falta, su renuncia a liderarlo. No lo hizo y Pedro Sánchez ha tenido tiempo de rehacerse (casi de reinventarse). El PSOE ya tenía una posición central en el espacio: dos partidos a la izquierda (Podemos e IU) y dos a la derecha (C's y PP); y Rajoy le ha regalado el centro de mando de los tiempos. Pero eso no quiere decir que la renuncia a la investidura estuviese mal pensada. Estuvo mal rematada.
Desde mi punto de vista, ojo, no desde el de Rajoy. La prioridad de Rajoy es la supervivencia de Rajoy y, aunque eso me parece triste, él está haciendo lo que puede para conseguir su objetivo. No cabe juzgar una acción si no la contrastamos con el propósito que persigue. ¿Y qué hace uno cuando tiene perdida una batalla sin cuartel? Se hace el muerto. Si Rajoy hubiese reaccionado con más ímpetu, podría haber salvado quizá un acuerdo de constitucionalistas liderado por el PP, pero difícilmente por él. Por tanto, se ha tendido en el campo de batalla, esperando, taimado, a que Pedro Sánchez, ya por rebelión de sus barones, ya por hybris de Pablo Iglesias, ya por presiones exteriores, no logre la cuadratura del círculo. Es la única posibilidad de supervivencia personal de Rajoy. Muy arriesgada, sí, porque a Sánchez le pueden salir las cuentas y, sobre todo, por esa costumbre tan española que es la lanzada a moro muerto. Cualquiera (los poderes fácticos, la opinión pública, la publicada, su propio partido…) puede caer en la tentación de rematarlo y enterrarle. Es una posibilidad, pero no confundamos -en aras de la claridad de ideas- una estrategia fallida, si le fallase, con una mala estrategia, que no lo es, sobre todo porque era la única factible (para la prioridad de Rajoy).
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