Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Su propio afán
TAMPOCO yo soy partidario de Halloween, como era previsible. Prefiero Todos los Santos, aunque sea una batalla perdida, que es algo que no quita -al contrario- para darla. Tosantos no decae por una moda ni por el influjo anglosajón, sino por razones de fondo. Las modas son indicadores de lo que ocurre en las mentes. Una sociedad como la nuestra, que ofrece pocas esperanzas (laborales y de todo tipo) a los jóvenes, capaz de convertir el aborto en un derecho humano sagrado, propensa a enternecerse con la eutanasia y a acobardarse ante cualquier cosa, es lógico que celebre sobre todas las fiestas la noche de los muertes vivientes.
Cada vez más gente ve fantasmas, fíjense. En los medios aumentan los alarmismos, las teorías conspiratorias y los que Indro Montanelli llamaba "retrólogos", esto es, quienes tras todo atisban extrañas motivaciones ocultas. Es un reflejo público de tantos que en la vida cotidiana van viendo fantasmas, tal vez porque son incapaces -como condes dráculas- de mirar a la luz del sol las actuaciones y las intenciones de los demás. Y también aumentan los que padecen manía persecutoria y terminan persiguiendo a sus imaginados perseguidores. ¿De qué se van a disfrazar, entonces, las criaturas? ¿Qué van a festejar?
Es lo que tienen el resentimiento, la rabia o la indignación o un cóctel de todo o el odio, incluso. Si uno se deja llevar…, terminará identificándose con el espíritu de Halloween. No desdeñemos el peso que esos sentimientos tienen en el panorama político de los últimos tiempos o en las redes sociales, paranormalmente plagadas de "haters" y de "trolls".
Jorge Luis Borges explicaba que el odio te obsesiona con la otra persona hasta el punto de que no puedes dejar de pensar en ella ni un segundo: acabas siendo, por tanto, su esclavo irremediable. Y es un círculo vicioso, porque al comprobar ese efecto, lo odias más por ello, sin descanso. Normal que quienes estén atrapados así no celebren Todos los Santos ni de broma.
La mayoría se lanza al Halloween de modo inocente y festivo, inconsciente; pero de fondo hay un mundo que es, calcado, el que los disfraces revelan, que para eso han servido siempre los disfraces. Simone Weil escribió en La gravedad y la gracia que las acciones son el puntero de la balanza y que, para cambiar la realidad, no sirve de nada tocar el puntero, sino cambiar los pesos. Una sociedad mejor celebraría Halloween menos.
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