Tenencia responsable o responsabilidad antes de la tenencia
Hermandades y cofradías
tribuna libre
LAS primeras noticias escritas que tenemos de ellas datan de la segunda mitad del siglo XVI. No obstante, hay quienes les conceden más antigüedad de la señalada, incluso la sitúan en la Edad Media, pero no existe documentación impresa que acredite tal apreciación.
Y surgen con vocación religiosa y cristiana, dentro de la iglesia católica y en torno a una devoción determinada de carácter -gremial- con finalidad altruista y caritativa, dedicadas al culto, pero muy especialmente a socorrer a los más débiles y menesterosos; incluyendo los enterramientos de los muertos.
Además de estos antecedentes iniciales, sería justo destacar que en su largo caminar, nuestras queridas hermandades y cofradías son -las únicas- instituciones de la iglesia católica, eregidas conforme a derecho canónico, que todavía y -desde siglos- permanecen en ella; firmes, fieles, ecuánimes y obedientes a su magisterio, tal vez hoy -como todo- con sus luces y sus sombras, pero persistiendo y resistiendo siempre inamovibles frente a las adversidades.
Y sus objetivos no han variado a pesar de los tiempos. Ni tampoco su fundamento ni su prioridad, que sigue siendo rendir culto divino tanto internos como externos, así como la devoción filial, especialísima y piadosa a sus amantísimos titulares sin descuidar otras acciones de carácter social, cultural, caritativa, y de apostolado, que también cultivan y practican.
Creo que es difícil entender desde fuera la vida interna de las hermandades y cofradías. Sus aspectos, plásticos y esplendorosos que combinados con los religiosos, espirituales, litúrgicos y sociales; ciertamente pueden confundir aparentemente a los más desinformados.
Se rigen por unos estatutos y sus recursos económicos se basan exclusivamente en las módicas cuotas de sus hermanos, de los donativos privados que reciben; algunos oficiales -cuando llegan- y del ingenio de sus dirigentes.
Esta circunstancia, que junto a la que sigue también puede pasar desapercibida, no impide paradójicamente, el más que importante impacto social que aportan al mundo laboral y comercial ante la demanda de sus proyectos, que van desde el encargo de una talla o un paso hasta la adquisición de una flor. Y, realmente, ¿os podéis imaginar cuántos beneficios distribuyen dichos encargos?
Tampoco se comprende demasiado, que sean ricos medios de acercamiento a Dios y a la Iglesia para unos. Y para otros, el camino que facilita y favorece el encuentro con Él y con su Palabra, moldeando sus vidas y sus actuaciones.
Pero, como todo colectivo humano, es vulnerable, imperfecto y tiene siempre algo que corregir y bastante que aprender. Sin embargo, tal vez, no reciben la atención adecuada de quienes más les corresponden. Ni se aprovecha el caudal humano que tienen disponibles. Ni la plataforma que supone el poder de sus convocatorias.
Sin embargo, es innegable y -algunas lo hacen- que constituyen auténticas escuelas catequísticas, portadoras de la nueva evangelización y de la religiosidad popular que fue tan destacada durante todo el pontificado de SS. Pablo VI, que no en vano, las distinguió; fijandose en ellas como fuentes y referencias inestimables de vivencias bíblicas y de fe para el pueblo de Dios.
Acceder a nuestras queridas hermandades y cofradías no es un capricho, ni una búsqueda de posiciones en un colectivo de cierto peso en la sociedad. Sino que implica, preparación, convencimiento, sacrificio y muchas horas de trabajo sin remunerar. Y siempre han necesitado y actualmente necesitan -también- de verdaderos continuadores; comprometidos y responsables para mantenerlas fieles a sus principios y en determinados casos: reconducirlas.
Y si los belenistas se dedican a la noble tarea de difundir, enaltecer y perpetuar el nacimiento de Jesús. Los cofrades, hacen lo propio con su pasión, muerte y resurrección.
En cambio, hay quienes los consideran -tontos de nacimiento- a unos y -tontos de capirote- a otros. Y no les faltan razón, aunque eso sí, gracias a esas magníficas tonterías todavía se mantienen vivos y vigentes: los mayores acontecimientos, jamás conocidos en todo los anales de la historia de la humanidad. ¡Benditos sean esos tontos!
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