Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Por libre
En tránsito
El otro día vimos en un vídeo a unos trabajadores de la hostelería de Barcelona -desesperados por el cierre generalizado de establecimientos- lanzando bolsas de pintura roja contra la fachada del Palau de la Generalitat. Enseguida, cientos de almas bellas empezaron a acusar a esos trabajadores coléricos de ser unos extremistas reaccionarios que estaban poniendo en peligro la paz civil. Y los mismos que llevaban años justificando las protestas violentas de los independentistas en las calles -considerándolos heroicos luchadores por la libertad- veían en cambio en estos trabajadores arruinados a unos peligrosos agitadores sociales que deberían ser castigados.
En muchos aspectos, y aunque casi nadie se haya dado cuenta, España ha vivido una desoladora regresión a los tiempos del Antiguo Régimen. Nuestro ordenamiento jurídico y educativo y laboral -parcelado en 17 legislaciones diferentes, sin unidad de mercado, sin criterios unificados- se parece cada vez más a la caótica realidad de la España del siglo XVII, en la que había que pagar pontazgos y diezmos y alcabalas por llevar una jarra de aceite de un extremo de un puente al otro. En pleno siglo XXI, el siglo de la inteligencia artificial y de los robots y de la lógica computacional, España vuelve a ser una nación de hidalgos privilegiados que viven a costa de los pobres pecheros que están obligados a pagar impuestos. A un lado, igual que en el siglo XVII, tenemos a los nuevos aristócratas y a los nuevos clérigos, todos protegidos por la nueva escolástica obligatoria -ese refrito ideológico basado en el resentimiento personal que recibe el nombre de teoría interseccional- que se enseña en las universidades y en las televisiones. Y al otro lado tenemos a los "que viven con sus manos" -como decía aquel verso inmejorable de Jorge Manrique-, todos esos desgraciados que forman la nueva plebe que sostiene a los clérigos y a los hidalgos con su trabajo y con sus impuestos: los agricultores, los mesoneros, los barberos, los molineros, los bodegueros, los menestrales...
Y como es lógico en esta nueva sociedad estamental, son los pobres pecheros los que revientan de rabia cuando la economía se viene abajo y tienen que cerrar sus negocios y nadie se atreve a tocar los privilegios de los nuevos hidalgos que se burlan de ellos.
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