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Hace dos días que se celebró la última misa en la residencia de las Hermanitas de los Pobres del Puerto de Santa María. Se han ido las monjitas. Ha quedado un vacío que, si uno se asoma, da vértigo. La residencia de ancianos sigue viéndose desde la carretera, naturalmente, pero ya no sobrenaturalmente. Entonces se nos antojaba un castillo de entrega a los más desvalidos, un torreón de santidad. Lo veía yendo y viniendo del trabajo y pensar en su capilla me ha empujado muchas mañanas más que el motor de explosión de mi coche.
La capilla está ahora vacía. En la novela Retorno a Brideshead, Cordelia Flyte explica su desolación a Charles Ryder porque habían cerrado la capilla de su casa: "[El sacerdote] vació la pila de agua bendita y apagó la lamparilla del Santísimo. Abrió y vació el sagrario, como si a partir de aquel momento siempre fuera Viernes Santo. Supongo que todo esto no significa nada para ti, Charles, pobre agnóstico. Me quedé allí hasta que se hubo marchado, y entonces, de repente, ya no hubo capilla; sólo una estancia con una decoración extraña. No puedo describirte lo que sentí. Nunca has asistido al oficio de tinieblas, supongo. Pues si hubieras presenciado esa ceremonia, sabrías cómo se sentían los judíos con respecto a su templo: Quamodo sedet sola civitas..."
Pienso que la descristianización de Europa es eso, realmente, no que en un programa de televisión que no ve nadie con dos dedos de frente se digan cuatro ordinarieces o que los políticos toqueteen la asignatura de religión en sus leyes sincopadas. El verdadero problema es interior: conventos vacíos, liturgias desabridas, iglesias feas, como erigidas por hombres sin fe, órdenes como las Hermanitas de los Pobres que decaen por falta de vocaciones y, por supuesto, cristianos corrientes como yo a los que la corriente hace cada día menos cristianos. Que a lo mejor nos enfadamos mucho por el paganismo, ya digo, de la tele o de los grandes espectáculos mediáticos, pero luego olvidamos llevar la exigencia de nuestra fe a nuestras vidas cuando llega el momento de dar un diminuto do de pecho.
Las Hermanitas de los Pobres se han ido del Puerto y nos han dejado más pobres, más hijos únicos, sin esas hermanitas que lo eran de todos. A ver si, por lo menos, este vacío que sentimos no nos lo llena ninguna tontería ni el mohoso olvido. Echarlas de menos será una forma de retenerlas un poco entre nosotros.
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