Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
De poco un todo
SI me elogian, lo agradezco. Y ya. No hago protestas de humildad. Tengo, además del pudor de que no parezca que pretendo pescar aún más cumplidos, dos poderosas razones. Primero, que decirle al que te felicita que no tiene razón es ofender o su inteligencia crítica o su intención o su carácter, suponiéndole un hipócrita. Si luego él se extraña de que yo no le quite la razón -que también me ha pasado-, él sabrá por qué me lo dijo entonces. Por mi parte, si alabo algo de alguien, y me replica que huy, no, qué va, de ninguna manera, que soy un exagerado y excesivamente amable, tampoco se lo discuto: si él lo dice…
La segunda razón es que prácticamente en todo lo mío han puesto la mano algunos amigos a los que corrí en busca de ayuda y soy muy consciente de que sus aportaciones bien merecen un aplauso. (Este artículo es también un reconocimiento y una acción de gracias.)
Hace poco pedí auxilio para rematar un texto que se me había liado. En él citaba esto de Léon Bloy: "He aquí una regla poco menos que infalible; búsquese en un escritor, bueno o malo, la palabra habitual, la palabra preferida, la que más frecuentemente emplee, y es probable que en ella, cuando se la haya encontrado, se encuentre el fondo de su alma". Uno de esos amigos, después de ofrecerme, como los demás, seis o siete aportaciones valiosísimas, comentó: "Al hilo de la cita de Bloy, tu palabra preferida es 'impagable'. Supone que, sobre todo (o bajo todo), vives la vida con una perspectiva de regalo que no podemos, pero debemos intentar siempre, corresponder". No se me ocurre un elogio mejor, del que, por supuesto, no protestaré jamás y del que presumiré -véase- no poco.
De hecho, mis problemas para llegar a fin de mes arrancan de esa cosmovisión. Considero un montón de cosas impagables, y por eso nunca me parecen caras. Casi todo cuesta mucho menos de lo que vale, aunque mi sueldo no dé para sostener una filosofía del agradecimiento universal. Claro que todavía valoro más, si cabe, lo absolutamente impagable, como un elogio certero o, todavía más, unas correcciones generosas o, lo máximo, cualquier acto de amor o de amistad, que nunca es, como dijo el mismo Bloy, ridículo.
Las críticas también las valoro. Las constructivas son… impagables. Y las otras, las críticas-críticas, las valoro, desde luego, no voy a dejar mal ahora a mi amigo. Aunque reconozco que ésas sí cuestan más, tanto como valen.
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