Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
Con frecuencia se nos recuerda que la democracia nació en una sociedad esclavista. Es un dato que inquieta, pero que apenas ensombrece la leyenda rosa de la democracia. Se le podría sacar un mayor partido intelectual, sobre todo si le sumamos otro dato impertinente. El nacimiento de las democracias modernas se produjo con sistemas censitarios, donde el voto estaba restringido a unos determinados niveles de renta, de instrucción o de propiedad.
Esos votos limitados de los momentos aurorales de las democracias, ¿querían decir algo o simplemente fueron el lastre del atraso social que el progreso imparable de nuestro tiempo dejó atrás? Aunque inquietantes, por si quisieran decirnos algo, en buena crianza cívica, hay que oírlos.
La democracia, contra lo que sostiene la demagogia y cree el común, es el sistema más exigente con el pueblo. Lo asciende a responsable. Eso le exige información, estudio, reflexión y ponderación. La aportación a la democracia de los pobres esclavos atenienses no era su situación inhumana, por supuesto, sino el tiempo libre que dejaban a sus propietarios para atender minuciosamente el gobierno de la ciudad. Los acomodados demócratas ingleses tenían el ocio respaldado y la comodidad de sobra para ocuparse laboriosamente de la vida pública. Hay un aforismo como un aldabonazo de Nicolás Gómez Dávila que me duele en carne propia: "La cultura no llenará jamás el ocio del trabajador, porque sólo es el trabajo del ocioso".
Hay que preguntarse, por tanto, si una sociedad donde muchos parados (acaba de advertirnos la OCDE) tienen un nivel muy bajo de preparación y tampoco disponen de tiempo para otra cosa que para tratar de salir de su situación y donde los trabajadores echamos jornadas de trabajo absorbentes y agotadoras, hay que preguntarse -me pregunto- si disponemos de una masa crítica suficiente que pueda seguir la política con la vigilancia minuciosa que requiere una democracia madura y un mundo tan complejo.
Acuciada por tantos problemas tan urgentes y escandalosos, la democracia puede olvidar esta pregunta trascendente. Pero debería encararla (¿más formación, medios de comunicación más claros y sinceros, mayor pedagogía política?) si no quiere convertirse en un juguete del sentimentalismo de los votantes, de los caprichos momentáneos, de los cantos de sirenas de aquí o de allá. La democracia y el sufragio universal hay que defenderlos de raíz.
También te puede interesar
Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
La evasiva geopolítica
El pinsapar
Enrique Montiel
Generales y mentiras
Yo te digo mi verdad
Manuel Muñoz Fossati
Un mundo de patriotas
Lo último