La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
LA portada del miércoles me llenó de orgullo: "Cádiz no tiene remedio". A cinco columnas, nada menos. Y justo debajo de la cabecera de la casa: DIARIO DE CÁDIZ. Desde luego, entiéndanme, no me felicito en ningún modo de los malos datos de empleo, sino de la expresión y la actitud del periódico y, por extensión, de la ciudad y la provincia, y de sus lectores. Estamos ante la postura menos nacionalista y menos provinciana que pueda existir. Imagínense ustedes, si son capaces, a un periódico de Barcelona o de Bilbao o, incluso, de Madrid o Sevilla diciendo lo propio de su ciudad, y con ese tamaño de tipografía, que era casi un grito.
A veces se habla del humor de nuestra provincia y de su simpatía en términos mitológicos, como si la gracia hubiese venido en el barco de Hércules o caído del cielo. La gracia tiene sus raíces en forma de autocrítica y esa portada tan apocalíptica como irónica lo ejemplifica. Sólo el que sabe reírse de sí mismo puede reírse de los demás sin hacer mala sangre. Ésa es la fórmula del humor bueno: "Te reirás de tu prójimo como de ti mismo".
Que tiene sus peligros. De los que hay que ser muy conscientes para no caer en la burda autocomplacencia de la anticomplacencia. El primero, una sobredosis de yo. Si nos reímos de nosotros mismos, tenemos que volvernos, por tanto, sobre nosotros mismos, valga la redundancia, redundancia bastante expresiva del exceso. Quizá los tipos de carnaval respondan a la necesidad implícita de escamotear algo el yo. El antifaz no sería máscara, sino ascesis. Fuera del carnaval, no va a ir uno disfrazado por la vida, aunque ahora que Kichi nos va a traer fiestas típicas todo el año, tal vez. La mejor solución, mientras tanto, es que las bromas sobre nosotros nos duelan. La portada de anteayer lo hace.
El otro peligro es menos metafísico, más práctico. El que se ríe de su sombra está más tentado a quedarse a la sombra que el que se reconcome. Mi amigo José Ruiz-Zarco, que, como viene de fuera, nos ve con perspectiva, y yo hemos hablado del riesgo de una felicidad paralizante. La solución no estriba en una infelicidad motivadora, Dios nos libre, sino en una ración doble de ironía. Que el aspaviento de gritar que no tenemos remedio, dé pie a una sonrisa por la hipérbole, sí, a un guiño estoico, también, y a ponerse manos a la obra, sobre todo. Esa, sin duda, era la intención de la gran portada del otro día. Vamos allá.
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