Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Su propio afán
DEMASIADO tarde, otra vez. Todos los agostos, cuando pruebo (miel en los labios) lo que sería una vida de escritor a tiempo completo, me propongo lanzar (mensaje de socorro en una botella) un artículo desesperado a la busca de un mecenas que me subvencione la lectura y la escritura. A cambio le daría mis improbables derechos de autor y unas encendidas dedicatorias como aquellas del Siglo de Oro a sus duques y condes letraheridos. Pero empieza el curso, conozco a mis alumnos y quién sería capaz de dejarlos en la estacada, ni a mis compañeros. Hasta fantasear con una vida de escritor puro acaba pareciéndome una deslealtad.
Cada año los nuevos alumnos me deslumbran. Este curso se les ha planteado la posibilidad de hacer sus prácticas en Alemania, con una beca. Para eso tendrán que estudiar alemán e inglés. Por mucho que lo estudien, irán con un alemán muy pobre. La beca, encima, se les paga a la vuelta, de modo que tienen que adelantar, como puedan, el dinero. Hay alguna posibilidad remota de quedarse allí trabajando, aunque no será fácil. A pesar de tantas adversidades y de tener asegurada una plaza para las prácticas cerca de casa, muchos se han presentado voluntarios.
De pronto, al patriota que llevo dentro le empezó a doler que los más audaces y dispuestos fuesen los que se fuesen. Aquí, más que en el otro sentido funeral, sí que podría decirse también con melancolía: "Siempre se van los mejores". Tanto que se me ocurrió un nuevo método de selección de personal, inspirado en el Conde Lucanor. ¿Recuerdan a aquél que quiere hacerse rico y le promete a un mago un agradecimiento eterno? Va consiguiendo todas sus ambiciones, pero va posponiendo la recompensa al mago con creciente insolencia, hasta que despierta, y todo era una alucinación. Una prueba del mago para testar la sinceridad de las promesas.
Las empresas españolas podrían hacer un truco similar. Inventarse una oferta de trabajo en el extranjero, que exija un cursillo acelerado en un idioma difícil, mucha disposición al trabajo y una enorme audacia. Cuando se escoja a los mejores, se les puede desvelar, al final, que no hace falta emigrar. Se quedarían en España jóvenes muy valiosos y la empresa afinaría en su selección.
Estoy por patentar el sistema, a ver si me da para lanzarme a la escritura. Supliría así la intrepidez que no tuve, cuando pude, de aventurarme a la emigración (interior) de la literatura.
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