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Mikel Lejarza
Toulouse
DE POCO UN TODO
SI se busca en Google "empresario gaditano", sale Jenaro Jiménez. En cuerpo mortal ha estado desaparecido 16 meses, pero en Internet bastan 0,41 segundos para que aparezca. Simuló su ahogamiento mientras practicaba submarinismo en Zahara de los Atunes. En realidad, se sumergía en Paraguay. Que salga como el primer ejemplo virtual de empresario gaditano, resulta triste. Aquí hace falta que se genere empleo y no que se jenare.
Dicho lo cual, su repentina resurrección es un motivo de alegría. A las víctimas se les abre una posibilidad de resarcimiento. La familia, a pesar del disgusto de verlo convertido en un epítome de la picaresca nacional, lo ha rescatado. Jenaro es un vivo, pero vivo. Más vale pícaro saltarín que submarinista difunto. A propósito, Jenaro cumplió al menos con la justicia poética cuando eligió esfumarse en Zahara, según Cervantes, "el finibusterre de la picaresca". Nuestro príncipe de las letras no consideraba pícaro legítimo al que no ha hecho dos cursos en la academia de la pesca de Zahara de los Atunes. Jenaro sólo hizo uno, pero por inmersión. Cada verano más fashion y con el extraordinario restaurante Antonio, Zahara estaba olvidando su tradición literaria. Menos mal que el llamado "empresario gaditano" ha reivindicado a los clásicos.
También me alegro por mí. Compañero de colegio y de primeros años de universidad del susodicho, me tenía por amigo suyo. No lo sería tanto, porque debo de ser el único al que no propuso ninguna inversión; claro que qué inversión le va a proponer uno a un poeta. Pero incluso rebajado a conocido, brindo por su buena salud. Alguna vez, bañándome en Zahara, tuve cargos de conciencia por no tomarme muy en serio la trágica noticia de su deceso y desaparición. Uf, qué alivio ahora certificar que aquello fue el entierro de la sardina.
No sabemos si él vuelve acuciado por su conciencia, porque se quedó sin liquidez (un ahogado sin liquidez es una paradoja) o para cobrar los 583,38 euros que ZP ha ofrecido a los autónomos en paro. Por lo que sea, sea bienvenido al mundo de los vivos.
En la calle su regreso ha provocado cierto regocijo general. Ribetes de ópera bufa no faltan: el nombre falso de Jenaro (alias Álvaro Domecq), su presunto plan de volver como víctima amnésica de un secuestro de piratas somalíes, la empresa Petroleum Atalaya, SL, o esos 16 seguros de vida que suscribió el tío. Pero subconscientemente el regocijo quizá responda a un motivo más hondo. Surgido de las aguas, Jenaro vuelve para decirnos que la muerte no tiene la última palabra. Nos lo dice de una forma bastante chirigotera, como era de esperar.
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