Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Su propio afán
De Pedro Sánchez es facilísimo reírse, hasta que al tercer jo, del jo, jo, se te hiela la sangre en las venas. La última suya o la penúltima (se pierde la cuenta) parece un gag de José Mota. En una entrevista en terreno amical, con Ferreras, se pone a decir el presidente “Pero ¿quién puede votar al PP, quién a Vox, nadie les votaría…”. Y entonces hasta Ferreras se siente en la obligación profesional de recordarle: “Bueno, ejem, presidente, con todo respeto, el PP fue el partido más votado”. Hay un microsegundo de estupor en Sánchez, al que volveremos. Y entonces dice tan tranquilo: “Ah, sí, pero no tienen mayoría parlamentaria…” Y sigue dale que te pego.
Nadie votaría jamás… al partido realmente más votado, argumenta el hombre que dirige los destinos de nuestra nación. Así. Sin el mínimo respeto a la verdad evidente o a la lógica elemental. Y le da igual. Aquí va el “jo, jo”.
El problema es el jopé (que he puesto en versión subtitulada finolis o cursi para no poner en el título “joder”, que era lo suyo). Porque la realidad es que Sánchez piensa y cada vez con más intensidad que quien no le vota a él o no le ríe la gracia o aplica la justicia sin sesgo no existe. Todavía oyendo los ecos de mi risa que se aleja, recuerdo el poema del gran Hilaire Belloc sobre ese particular: “¿Cómo estuvo la fiesta en Portman Square? / No lo puedo decir; pues Julieta no fue. / ¿Y cómo la de Lady Gaster salió? / No lo sé, pues Julieta junto a mí se sentó”.
Claro que Belloc era un jovenzuelo de fiesta en fiesta enamorado hasta las trancas de Julieta, pero Pedro Sánchez es el presidente de todos los españoles. Aunque enamorado hasta las trancas de sí mismo, lo que le hace adoptar estos sesgos juveniles de contar a la gente según le reverencien o no.
El problema está aquí: es facilísimo el paso de pensar que alguien o algunos no existen a pensar –tras el microsegundo de estupor– que no deberían existir. La lógica vuelve a quedar completamente invertida pero ustedes la entienden y es la que rige en el personaje. Cada vez son más inquietantes los signos de este sesgo: su llamada a construir un muro entre españoles, su memoria histórica como afrenta a media nación, su uso sordomudo de la mayoría legislativa y su ninguneo discursivo a todos esos ciudadanos que él preside, le guste o no o nos guste o no. Riámonos de los chistes, pero menos. No existir para el poder no es, al final, ninguna broma.
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