La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
Ala vuelta de las navidades, una pregunta triunfa sobre el resto. No qué te han traído los Reyes ni lo de ETA, que ni caso, sino cuándo se va Zapatero, cuándo. Más que pregunta es clamor.
Ignoro la respuesta y entra dentro de lo probable que no la sepa ni Sonsoles ni el confidente misterioso del PSOE. Ni el interesado, que ha de sentirse en manos del azar como la bolita de una ruleta... rusa. Su situación recuerda a la de Juan IV el Flaco de Surlandia.
Cuentan las crónicas (o sea, Wenceslao Fernández Flórez en El secreto de Barba Azul) que "Juan IV acababa de ser restaurado en el trono de Surlandia, vencida la revolución. Desde allí [el balcón de palacio] escuchó aclamaciones delirantes. Pero no supo retirarse a tiempo. A la media hora, los pechos estaban cansados de exhalar gritos y las manos doloridas de aplaudir. Aún se daba algún viva y aún contestaban algunos fieles vasallos; pero la mayoría callaba, no por animadversión, sino por fatiga. Parece que el rey pensó: 'Ahora no debo retirarme: esperaré otro momento de entusiasmo'. Pero el entusiasmo no renació. El pueblo y el rey se contemplaron media hora más. Un individuo dijo, al fin, en voz baja: '¡Esto es idiota!' La frase fue transmitida de oído en oído, y nadie le hizo objeción. Otro sujeto gritó: '¿Qué espera ese caballero?' Y el rey pensaba: '¡Diablo, pues ahora sí que no puedo irme; creerían que era por temor!' Y procuraba sonreír amablemente. Entonces, exasperado, el gentío le arrojó tantas piedras que el excelente monarca se vio obligado a expatriarse de nuevo aquella misma noche. Todo ocurrió por haber estado más de quince minutos en el balcón".
Zapatero no es un monarca ni excelente ni medianejo, sino un líder democrático, y lo suyo ha sido bastante más de quince minutos; pero la experiencia de Juan IV el Flaco en el balcón de su palacio describe lo que ha de estar pasando ahora nuestro presidente en el despacho del palacio de La Moncloa. ¿Cómo irse sin que parezca temor y reconocimiento de incompetencia total? ¿Y hasta dónde aguantar? La democracia permite echar a un gobernante sin pedradas, por fortuna, pero impone unos tiempos que en las actuales circunstancias a la gente se le hacen eternos. En la calle se palpa una impaciencia inquietante.
La enseñanza de la historia de Juan IV el Flaco, además de la conveniencia de una maquiavélica administración de los tiempos, es el vértigo que tendría que dar asomarse a cualquier balcón a recoger vítores. De esta crisis, a ver cómo salimos, pero habría que salir con una política menos volcada en la autoexaltación y el encumbramiento personal del líder.
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