El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
QUÉ dolor de corazón ayer a primera hora al darme cuenta de mi despiste. Llevaba diez años (¡sin fallar ni uno!) dedicando el artículo del Miércoles de Ceniza a la ceniza; pero con el cenizo este de la política se me fue el santo al cielo o, mejor dicho, el pagano al foro, y me olvidé del santo, del cielo, de la ceniza y de mi propia tradición. Y encima, enseguida, se me encendió el automático de las auto-excusas, como suele, y me decía al oído: "Antes, cuando sólo escribías miércoles y domingos, era más fácil no liarte". Y como no me convencía, atacaba por otro flanco: "Este año, como la cuaresma cae prontísimo…" O: "Es que mi subconsciente ya sabía que "Doña Cuaresma" lo iba a escribir con mucha más gracia…" (como hizo). "Pero nada", me repliqué, "nada de excusas". Sólo quedaba arrepentirme.
El único Miércoles de Ceniza en que no he escrito del Miércoles de Ceniza ha sido el que más penitencialmente he pasado, dándome golpes de pecho, y sin el rescoldo de vanidad que los otros años encontraba entre las cenizas por haber colado, como quien no quería la cosa, un aleteo de la liturgia en el discurrir de la prensa diaria. Nada de eso ayer, sólo cabezadas por mi mala cabeza. Y remordimiento. Porque yo imaginaba que con mi artículo recordaba a alguien el día que era y que esa persona corría devotamente a imponerse la ceniza. Esta vez me lo tenía que haber recordado a mí mismo, pero eso es -como lo del barón de Münchhausen sacándose de las arenas movedizas tirándose del pelo- imposible.
Sólo quedaba el último recurso, el que no falla nunca, la humildad, que en el plano moral es lo mismo que decir: "Del suelo no pasa" cuando se te cae algo. Naturalmente, ningún artículo mío ha llevado a nadie nunca a imponerse la ceniza, porque quienes no van, no van, y los que sí, no lo hacen por dos mil y pico caracteres sin espacio, sino por una fe de dos mil años.
Por suerte, soy un fan de las segundas oportunidades. A la Ocasión la pintarán calva, pero las ocasiones verdaderas siempre vuelven con sus salvajes cabelleras al viento. De hecho, la cuaresma es eso, una inmensa segunda oportunidad de enmendar los errores y los despistes de todo el año. Y en ello hay una secreta voluptuosidad: la de saltar por encima del tiempo, la de borrar borrones, la de reescribir el pasado. Una liberación, en definitiva, de la dictadura de nuestra biografía. Escribamos, pues, del Jueves de Ceniza.
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