Cambio de sentido
Carmen Camacho
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Su propio afán
EL excelentísimo sr. alcalde de Cádiz, José María González, tan partidario de pisarla, estará al cabo de la calle de cuanto se comenta en ella sobre su actuación estelar anti-desahucios. Junto a la presunción de inocencia, reconozcamos la presunción de autocrítica. A Kichi tenemos que suponerlo inmerso en un proceloso proceso de reflexión entre las razones de las familias desahuciadas y sus propias promesas electorales, por un lado, y las razones de los propietarios de los inmuebles, a veces en circunstancias muy difíciles, y su obligación de gobernar para todos y de cumplir la ley.
Iba a escribir que hay que ponerse en su lugar, pero para mí que ni el mismo Kichi debe de saber, a estas alturas, cuál es su lugar. Afirma que es alcalde y activista social, revolucionario e institución, gestor y agitador, autoridad y ácrata a un tiempo. Dijo en su investidura que, aunque podría equivocarse mucho, nunca se equivocaría de bando; pero su bando ahora es el municipal, y su banda, la de alcalde, y esos bando y banda son para todos, no son banderías.
Esto de ver al alcalde en la acera de enfrente de la policía y de los funcionarios de los juzgados resulta chocante. No es eso, talmente, la división de poderes. Será, como mucho, la división de Podemos. A Kichi también le reconocemos la presunción de inteligencia, y hemos de imaginarlo a la fuerza inquieto, interrogándose sobre su propia imagen en las fotografías. Un Hamlet hippie ante el periódico: ser o no ser…
Sus declaraciones, en cambio, son transparentes: ha vivido el desahucio con impotencia. ¡Y lo que le queda! El corazón está para romperse, sobre todo en política y en puestos de responsabilidad. Para Kichi y los suyos es más difícil aun, porque vienen de prometer la luna de Valencia a todo quisqui.
Leía yo los comentarios críticos de los lectores del Diario a la noticia del desahucio que el alcalde no pudo parar. Eran tan inteligentes, incisivos, irónicos y bien argumentados, que estuve tentado a hacer un corta y pega para esta columna. Hasta que visualicé a Kichi leyéndolos, teniendo que darles parte de razón, pues la tenían, e imaginé su alma a los pies, a cachitos, Kichi zarandeado de aquí para allá, entre los buenos sentimientos, el sentido común, la sensibilidad, la demagogia, el sentido del deber, el instinto político… La integridad se la presuponemos igualmente; y, con frecuencia, la integridad te destroza.
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