Crónica personal
Pilar Cernuda
Trampa, no linchamiento
Su propio afán
LLAMAN a Teresa Rodríguez y José María González los Clinton de Cádiz. Su meteórica carrera y su relación sentimental abonan el título, que tiene un algo de homenaje a Enrique Villegas y sus Beatles gaditanos. Sin embargo, es curioso que nadie haya hablado aún del kichismo, variante caletera del kirchnerismo. El kichismo, como etiqueta, tiene a favor la paronomasia y el peronismo, o sea, la proximidad. Una vez rota la unión de Tania y Pablo, Teresa y Kichi quedan de referente rosa de la marea morada y eso cotiza, porque aquí, rojos y carcas, románticos somos todos.
Una sonrisa nos viene bien, porque hay mucha gente que, en voz más baja, confiesa tener miedo al radicalismo. El miedo es libre, pero motivos de peso para no asustarse hay cuatro. Primero, el Estado de Derecho. El margen de actuación que nuestro marco jurídico deja a los experimentos (más allá de la gaseosa de los discursos) no es tan ancho.
Si uno no se fía del todo de los jueces (lo que viendo a Carmena tiene su justificación), están las leyes de la Economía, más rigurosas. Las medidas extravagantes pasan una factura inasumible, porque la economía, como una ley de gravedad inexorable, se viene abajo enseguida. En tercer lugar, está la sociología: el PP no tiene representación suficiente para gobernar, pero es la minoría mayoritaria, y eso sin contar los muchísimos que no lo votan porque no saben que son conservadores (que pueden votar incluso a la ultraizquierda, pero luego lo suyo que no se lo toquen) y los poquitos que saben que son conservadores y que, por eso, tampoco lo votan. Ambos grupos se suman al de los votantes populares. Imposible gobernar contra tantos. En el PP no son conscientes de esa masa social (¡y así les va!) porque empezaron despreciando sus ideas por los números y terminan por no tener ni idea ni de sus números; pero ahí está, latente. Por último, hay una razón electoral: el porcentaje de votos de Podemos es suficiente para el juego de pactos, pero irrisorio para el de las revoluciones.
Ante Podemos se abren, pues, dos caminos. O el kichismo pata negra, y entonces será la crónica extravagante de un fracaso anunciado, y nos servirá de vacuna contra el populismo. O los Clinton de Cádiz, esto es, que hagan bueno el mote con un giro a la socialdemocracia. Les irá mejor, y, entonces, cuando la inmensa mayoría deje de tenerles miedo, se asustarán Pedro Sánchez y el PSOE. Con razón.
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