La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
De poco un todo
SE recrean muchos católicos en el éxito mediático global del cónclave. Bien, pero mejor que recrearse, analizar las causas. Tras lo vivido, nadie dirá que sobran solemnidades. El rito es el respeto con que el hombre se acerca a lo sagrado. Y acerca a lo sagrado. Los hombres amamos el esplendor fundado, como ha saltado a la vista. Y al oído saltó la inmortal fuerza del latín: "Veni Creator", "Extra omnes", "Anuntio vobis gaudium magnum", "Habemus papam", "Urbi et orbe"; frases que nos han traspasado el alma.
Otra lección: el secreto del cónclave ha avivado el interés de las audiencias. Nicolás Gómez Dávila apuntaba que, desde que se perdió el secretismo de los gobiernos, éstos están abocados a mentir. El secreto es garantía de verdad y, de forma intuitiva, lo ha valorado el mundo. Excomunión aparte, que se filtren datos es, por tanto, una estupidez.
Pero lo mejor del cónclave, como saben la fumata, el repicar de las repentinas campanas de Roma y del mundo, los fieles y hasta los periodistas, es cuando acaba. No es políticamente correcto, pero resulta inevitable dadas las circunstancias de tiempo y lugar, comparar la rapidez y la eficacia del viejo modo de elección de los Papas y el caos total en que se debate el Estado italiano. Rapidez, eficacia… y sorpresa. Como ha anotado Tomás Salas: "Las instituciones tradicionales son las únicas capaces de sorprender".
Ha sido impactante la libertad de espíritu de los cardenales, que han votado a un hombre muy mayor, a pesar del juvenilismo imperante e imperioso. El nuevo Papa en uno de sus primeros discursos, que están siendo magistrales, ha recordado algo esencial también para nuestras sociedades laicas: "La vejez es la sede de la sabiduría".
Otra lección impagable del cónclave: la capacidad de la Iglesia para integrar diferencias. El mundo ha visto lo norteamericano que es Dolan, lo filipino que es Tagle, lo austriaco y aristócrata que es Schönborn y lo argentinísimo que era Bergoglio, y cómo, sin renunciar a sus idiosincrasias, se armonizan en una familia común. Lo explicó Borges, un autor muy querido del nuevo Papa: "Puedo preferir el dulce de leche al café, pero no prescindir de lo judío y lo griego, que son formas del universo". No han pasado cuatro días y S.S. Francisco ya nos ha dado lecciones hondísimas, que iremos madurando, pero no convenía que las del Cónclave, de tan feliz conclusión, se nos quedasen atrás.
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