La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
El puente del Bicentenario, haciendo honor a su nombre, está echando siglos en cruzar la bahía. A su lado, nuestro evaporado Vaporcito, que tanta fama tuvo de parsimonioso y decimonónico, era el Halcón Milenario de La Guerra de las Galaxias entrando en la velocidad luz. El puente tenía que haber estado para el 2012, la guinda del cumpleaños de la Pepa, y vamos a ver si en el 15 va la vencida.
A simple vista, apostaríamos que sí. Y de eso quería hablar, de la simple vista. Ha sido todo tan lento y con tanto suspense (que es lo apropiado para un puente, por cierto), que ahora nos pasamos el día mirando a la obra. Las airosas torres de Matagorda y Puntales se han puesto en valor (que diría un político) porque no paramos de otear el horizonte en dirección al puente, inquietos e incrédulos. Asombraría contar cuántas portadas y grandes fotos ha merecido en el Diario, y extrapolar el dato a la retina de los habitantes de la bahía. Si el puente hubiese estado acabado en su momento, no lo celebraríamos tanto ahora. En un chiste de Mel salían los dos tramos del puente a punto de encontrarse y todo el mundo ansioso, gritando: "¡Que se besen, que se besen!". Pues bien, ya están en ello. Imaginemos que se hubiese terminado en el 2012. Ahora sería simplemente otra infraestructura de la provincia y nada más, cero emoción.
Dejemos claro que, desde los puntos de vista profesional, técnico, político y económico, tanto retardo resulta lamentable. Pero aprovechemos la ocasión para una parábola antropológica. Muy oportuna para estos tiempos apresurados donde se pretende que multipliquemos nuestra actividad, nuestra eficacia y nuestra puntualidad.
Un retraso da, al menos, más oportunidades a la esperanza, aquilata el deseo, ofrece alas a la ilusión. La lentitud es el lazarillo de la ternura. De moroso a amoroso apenas hay una "a", que no niega, que indica dirección o destino. El corazón tiene, indiscutiblemente, su ritmo. Querer acelerarlo trae taquicardias. Incluso los que no pensábamos que el puente del Bicentenario fuese una obra estrictamente imprescindible tras el desdoble del Carranza, reconocemos que con el roce (visual) y con el tiempo (largo) le hemos cogido cariño a la silueta majestuosa del nuevo puente a punto de besarse, besándose. Y estamos deseando, como todos, que se abra al tráfico este año, aunque si es un poco más tarde -porque quién sabe- qué importa, ya puestos.
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