El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
ENTRE el dolor y la náusea veo un vídeo que muestra a decenas de viajeros huyendo despavoridos del aeropuerto de Bruselas. El dolor es natural: por los muertos y heridos en los atentados. La náusea aún puede evitarse: bastaría con que esa imagen lógica en esa circunstancia de todos atropellándose aterrorizados hacia ningún sitio no fuese también la alegoría de Europa.
Los atentados terroristas no pueden ser una piedra que se arroja a un charco y hace ruido y salpica barro y levanta unas ondas de indignación concéntricas y mediáticas, pero que enseguida se calman, y queda un monolito en el centro del charco, como un memorial amnésico, y nada más. Al terrorismo hay que plantarle cara. No refugiarnos corriendo -tras los lacitos, las tizas de colores y los mensajes de aliento en internet- en el olvido en un ritual que hemos repetido demasiado. La palabra "solidaridad" empieza a sonarnos muy parecida a "impotencia".
¿Es posible que los ciudadanos de a pie hagamos algo? Mirar cara a cara el problema es esencial y exigirnos, en consecuencia, una mayor gravedad en nuestras actitudes, en nuestro compromiso con la verdad, en nuestro cuidado de las instituciones, en la conciencia y en la defensa de nuestra cultura. Y en nuestra valentía pública. Si lográsemos ese empaque, lo demás iría cayendo por su propio peso.
Nuestros políticos no podrían retozar en su frivolidad, hecha de banalidad y ambición a partes iguales. Miremos España: hacen el juego de la silla de los pactos y, encima, en ninguna de las combinaciones posibles de gobierno afrontan los problemas de fondo, sino que son poco más que un concurso de poses fotogénicas. Ante una amenaza tan ubicua como el yihadismo, hay que afianzarse en todos los frentes y a todos los plazos. Está, desde luego, la política de seguridad, pero también la fortaleza cultural de Europa y su potencial de futuro, que peligra por la grave crisis de natalidad, por la caída de competitividad, por una educación muy edulcorada y por el desfallecimiento en la defensa de la libertad individual.
Europa tiene que volver a ser ella misma, y asumir que o será fuerte y clara o no será. Eso exigiría un cambio absoluto -que hoy nos parece imposible- de su agenda, como la llaman. Pero empecemos por exigirnos a nosotros, que es lo que tenemos a mano, y ya veremos como sí. Es lo mejor y casi lo único que podemos hacer por las víctimas. Y por nuestros hijos.
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