Quizás
Mikel Lejarza
Lo que nos queda
Su propio afán
Tengo que reconocer mi alergia por la metáfora militar para referirse al coronavirus. No porque yo sea antimilitarista, qué va, sino porque lo sano es usar el lenguaje con precisión. Una guerra es otra cosa, y lo que tenemos encima es una pandemia, que ya es bastante terrible. Tanto, que me pregunto si "guerra" no será, en estas circunstancias, un eufemismo interesado.
Luego, he hablado con un médico que está en Madrid, y para ellos la pandemia sí tiene los efectos de una guerra: hospitales desbordados, situaciones límite y unas exigencias físicas y psíquicas extremas. Que las Fuerzas Armadas hayan tenido que intervenir también propicia la metáfora.
Por el contrario, que quieran vendernos el confinamiento en casa (trabajando por internet por las mañanas, entreteniendo a los niños por las tardes y viendo series por las noches) como una saga épica da bastante vergüenza. ¿No es una adulación paradójicamente edulcorada al pueblo? En realidad, no nos piden sangre, sudor y lágrimas, sino aguante, sillón y prudencia.
Aún podrían recurrir a la metáfora militar si se refiriesen a lo que nos espera para cuando salgamos de ésta. Habrá que levantar un país económica y anímicamente a pulso y desde muy abajo. La hora del sudor, sin duda, va a llegar.
Tendrá una trascendencia todavía mayor que la de recuperar el PIB, como puede atisbarse leyendo el artículo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han publicó en El País el 22 de marzo. Explica que los países asiáticos están haciendo frente a la epidemia de una manera mucho más eficaz que los europeos y que la crisis sanitaria está demostrando nuestra debilidad como sociedad y como civilización. Nuestro amor por las libertades, nuestro individualismo, nuestra resistencia al totalitarismo digital 2.0 del Big Data están en cuestión frente a la eficacia confucionista.
Si queremos defender la cultura europea, judeogrecocristiana, del declive que tantos le auguran, tendremos que dejarnos la piel. Que Alemania lo esté gestionando mucho mejor es una esperanza, y nosotros tenemos que empezar a hacerlo menos mal. Hay un subterráneo choque de civilizaciones, que los que amamos nuestra tradición no podemos perder ni en lo sanitario ni en lo económico ni en lo cultural ni en lo moral. Exigirá esfuerzos tremendos de trabajo e inteligencia, y será, como en Salamina, "la lucha por todo". Nos conviene reservarnos la metáfora militar para entonces.
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