La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
de todo un poco
MABEL López, señora de Neira, acaba de morir, cercada por su marido, hijos, nietos y bisnietos. No fue un personaje público y dudo si dedicarle un artículo. Pero sus catorce hijos, multiplicados en nietos y bisnietos, y en amigos, la hacen, naturalmente, una figura de principal relevancia para una ingente cantidad de personas. Incluso para aquellos que no hayan oído hablar de ella -porque este artículo se publica, además de en Cádiz y en Sevilla, en todas las cabeceras del Grupo Joly, a lo largo y ancho de Andalucía-, es un arquetipo. Todos conocen a alguien parecido, aunque no igual, y convendrán en que se merece una columna, y una reverencia.
Tuvo, como he dicho, catorce hijos, con absoluta naturalidad. Por mucho que comprenda que son tiempos distintos y tal, cuando veo los aspavientos que hoy nos gastamos a partir del tercer hijo (que llegan a la vesania a partir del sexto), no puedo dejar de recordar esos familiones que poblablan mi infancia y ya no quedan, donde se alcanzaban sin estridencias las dos cifras.
La naturalidad de Mabel era elegancia. Contra el tópico que pinta a las madres numerosas descuidadas y estresadas, ella andaba del brazo de Santiago, su marido, demorándose, disfrutando, delgadísima, muy guapa. Era una pareja que, a pesar de ser cabeza de una tribu de dimensiones veterotestamentarias, iba nimbada por la luz de su intimidad. Me quejo mucho de que exista la desgarrada poesía de los amores malditos, la repetitiva cinematografía y las canciones estridentes, pero no la lírica de los matrimonios firmes. Mabel y Santiago eran ese poema hecho vida, cerca de cumplir su setenta aniversario.
Otro tópico que delicadamente destrozaba era el de que con tantos hijos no hay corazón para todos. Lo había; y sobraba. Yo, en calidad de simple hijo de amiga suya, era un beneficiario. Me saludaba atentísima, estaba sorprendentemente al tanto de mis literaturas, y recordaba nombre y circunstancias de mis hijos. Ofrecía un cariño que se palpaba. Y dos pasos más allá, se paraba con otros, y era igual.
Me alegro ahora de haber escrito este artículo, porque que no se trata sólo de intrahistoria y amistad y nostalgia. ¿Qué puede necesitar más esta época, esta sociedad, esta economía que el silencioso ejemplo sostenido de Mabel Neira, capaz ella sola de dar la vuelta a la pirámide poblacional y enseñarnos, de paso, con una siempre sonrisa, sobriedad y señorío.
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