Brindis al sol
Alberto González Troyano
Retorno de Páramo
Su propio afán
ángel Mendoza (Puerto de Santa María, 1969) no es un poeta más para mí. Es mi estricto coetáneo y, barrios aparte, mi vecino. Hemos recorrido juntos desde el principio, con Inmaculada Moreno, el jardín de senderos que se bifurcan de la poesía. Cualquiera que tenga una afición o, más aún, una pasión, o todavía más, una vocación un tanto fuera de los carriles comerciales y consuetudinarios sabe la importancia que cobra tener un núcleo duro de irreductibles galos con los que reunirse alrededor de la marmita de la poción mágica.
Esto tiene importancia para mí, pero lo importante para usted es que Mendoza es un poeta de un oído infalible para el ritmo, de un ojo de águila para las palabras y con el corazón en la mano de una emoción personal siempre transferible. Regala al lector de poesía un placer transparente. A estas alturas, tantos años después, es un corredor de fondo que ha aguantado cambios de modas y vaivenes editoriales sin desfallecer, dejando al público una obra de perfil reconocible.
Viene a la columna porque acaba de publicar en Renacimiento un nuevo libro, titulado Mal de tiempo, con el que ha ganado el premio Juana de Castro. El título es doble. Por un lado, avisa de la falta de tiempo que suele padecerse a la mitad del camino de la vida, con trabajos e hijos y padres que atender a todas horas y el activismo en su apogeo. Por el otro, de los estragos que el tiempo, que corre corrosivo y correoso, va acarreándonos. El libro está escrito con un pie en cada circunstancia. Los que compartimos edad con el autor lo sentimos de primera mano.
Con un pie en cada circunstancia, pero con una mano curativa. Muy mal de tiempo, sí, pero a Mendoza le ha dado para marcarse 43 poemas, nada menos, en su séptimo libro, que se dice pronto. Son poemas, además, donde el tiempo se para, domado por el ritmo. En la alocada ciudad, entre pintadas políticas, él sabe descubrir la que dice: "Nada he querido nunca como te quiero a ti". Encima, contra los males que trae el tiempo nos da la lección de que, con la perspectiva, amaremos este tiempo al que nos ha traído el tiempo. El poema Ojalá lo dice: "Ojalá tuvieras treinta y pocos años,/ una hija de meses, un mundo y un gato,/ y vivos tus padres, en paz tus hermanos,/ y cine los viernes, y lluvia los sábados,/ y algunos domingos primavera y campo./ Siempre oliendo a nube, siempre acompañado,/ siempre receloso por faltarte algo".
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